La noche del armadillo
Los pobladores de la selva tejieron techos de paja en sus cabañas para poder descansar. Pero, algo faltaba. -¿Para qué queremos nuestras hamacas si no podemos tumbarnos sobre ellas? Como no hay noche, no tenemos tiempo de descansar- se quejaban los hombres al regresar e as cacerías y de la pesca.
-El sol alumbra todo el día y nosotras cocinamos sin reposo –decían las mujeres-; nuestras familias ni descansan y tienen hambre todo el tiempo. Un día, la mamá de Cochipil descubrió que el ratón tenía una noche en su cueva. Se lo contó a su hijo en secreto y éste fue a ver la noche del ratón. -Ratón, si me prestas tu noche, te traeré comida- le dijo Cochipil.
Al ratón le brillaron los ojitos negros y aceptó el pacto. Después de comer lo que el niño le llevó, comenzó a salir de sus ojos y e sus orejas un aire negro que subió al cielo y cubrió el sol. Por vez primera, los habitantes de la selva vieron caer la oscuridad y se tendieron sobre sus hamacas. Estaban tan cansados que cerraron los ojos y en seguida se quedaron dormidos. Ésa fue la primera noche.
Pero, casi de inmediato, empezó a amanecer. -¡Qué poco nos duró el descanso! –se decían unos a otros. -Hay que conseguir una noche más largo –propuso uno de los cazadores. Y partieron selva a dentro en busca de una noche que pudiera dar reposo a los habitantes del poblado. Los cazadores encontraron al tapir comiendo hojas tiernas. -Si nos prestas tu noche, te perdonamos la vida –le dijeron.
Y el tapir; asustado por la amenaza, accedió: de sus orejas y de su pequeña trompa salió una noche muy espesa que cubrió todo el territorio visible. Ésa fue la segunda noche. Camino a su aldea, los cazadores descubrieron entonces, llenos de admiración, las estrellas que poblaban el cielo inmenso y oscuro. Hombres y mujeres se tendieron en sus hamacas, durmieron largas horas y soñaron muchos sueños.
Al despertar, comprobaron que la maleza se había apoderado el del poblado. -La noche del tapir es demasiado larga –dijo el jefe de la aldea. -Hasta nuestras cocinas desaparecieron bajo los matorrales -se quejaron las mujeres. -Mi hijo encontró una noche muy corta – dijo la madre de Cochipil-; los cazadores, una demasiado larga. Yo buscaré la noche que nos convenga. La madre de Chochipil salió caminando entre los montes y los valles, hasta que encontró a un armadillo en una madriguera. -¡Despierta! –le gritó.
Pero, el armadillo no se movió. Le hizo cosquillas entre los anillos de su armadura hasta que él asomó su cabecita somnolienta. -Si me das tu noche, te daré todas las sobras de mi comida. -Esta bien, pero te presto una sola noche. Después me la devolverás.
Y el armadillo salió de su madriguera y prestó su noche. El sol descendió poco a poco, mientras la madre de Cochipil regresaba al poblado. Hombres y mujeres tuvieron tiempo de terminar sus tareas, encendieron fogatas y conversaron alegremente. Cuando brillaron las estrellas, se acostaron en sus hamacas y la dulzura de aquella tercera noche cerró todos los ojos.
Después de un buen sueño, todos estuvieron de acuerdo en que la noche del armadillo era la mejor. Por eso el armadillo duerme durante el día y corretea si descanso en las oscuridad, buscando sin cesar la noche que jamás le fue devuelta.
Por: Silvia Dubovoy