Cuando el verano no es como quisieras
Ser adulto es bastante horrible la mayor parte del tiempo. No importa que el calendario marque Julio o Agosto, los horarios se tienen que cumplir, las cuentas se tienen que pagar y la ropa sucia se sigue acumulando.
Cuando eres adulto, el verano se distingue al otoño solo porque ahora tenemos de espectadores unos pares de ojitos, que les toca presenciar el misterio que son las mañanas en casa, que nos piden algo de comer cada 35,4 segundos y que, a cada rato, llegan con su frase veraniega: “Estoy aburrido”.
El verano ahora ha cambiado, también, porque con él llega nuestra amiga, la culpa, y su mejor aliada, las redes sociales. Esas que nos hacen sentir que en efecto, también en verano, lo estamos haciendo pésimo como padres.
Fotos de amigos, conocidos y desconocidos en playas increíbles, con orejas de Mickey, visitando familiares, conociendo nuevas ciudades, creando experiencias increíbles para sus hijos. Mientras la ropa se acumula y las cuentas crecen.
Hago scroll a esas fotos y pienso que ya perdí la cuenta de cuántas horas lleva mi hija en la pantalla.
Cuando yo era niña, los veranos eran lentos, llenos de sol, silencios y nada qué hacer. Era una especie de “pase libre” para hacer cosas que regularmente no estaban permitidas, como, no bañarte todos los días, ver más tele, armar un fuerte en la sala con sábanas, quedarse a dormir con los primos o cenar pizza y helado.
El verano debería ser para descansar todos de una rutina histérica que traen consigo los niños. No hay actividades extracurriculares vespertinas, no hay fiestas de cumpleaños, no hay nada que TENGAMOS qué hacer. ¿Por qué ahora nos sentimos obligados a saturarles los dos meses que tienen de descanso de cursos, actividades, vacaciones y planes extraordinarios?
No siempre se puede tener experiencias increíbles en verano, y está bien. No nos hace mejores o peores padres. NO hará que nuestros niños se hagan mejores o peores personas. Este verano busco hacer las cosas distintas. Un verano lento, en que mi hija tenga que utilizar su paciencia mientras sus papás trabajan y en el que en las tardes hagamos cosas mundanas como pasear al perro, que me acompañe al super, o que armemos el rompecabezas que nos regalaron en navidad y seguía sin abrir.
Dejaré la culpa, y la presión social, voy a disfrutar el verano como viene, con sus helados en la tarde y sus noches lluviosas de pedir pizza, porque en unos años, mi hija ya no me va a buscar diciéndome que está aburrida, ya no me va a pedir que inventemos un baile, hará su vida fuera y, si lo hago muy bien y tengo suerte, recordará con cariño ese verano en el que sin hacer nada, quizá hicimos mucho.