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Bebés prematuros: Una experiencia que me hizo un papá más fuerte

Publicado: 13 de Febrero 2018
Vida de papá
Foto: Carlos Wollenstein
Foto: Carlos Wollenstein

1 de cada 10 bebés que nace en este mundo nace prematuro.

 

O sea, antes de las 40 semanas de gestación. Ahí, sacado ese dato de encima puedo continuar. 

 

El pasado 27 de noviembre fue El Día Mundial del Niño Prematuro. 

 

¡Exacto! Yo tampoco sabía y me enteré por el post que una amiga compartió en Facebook.

 

Como dice mi compadre Armando “tener un bebé prematuro es una de las vivencias más duras en la vida de una pareja”. Porque la mayoría de la gente, y yo antes de los gemelos, tenía la idea por primos, sobrinos e hijos de amigos que nace un bebé (generalmente ya gordito), está en el cuarto con su mamá un par de días y todos se van a la casa. Pero con bebés prematuros la historia tiene más capítulos que contar.

 

Hay mil y un razones por las cuales un bebé puede nacer antes de tiempo pero no tengo mil y un posts para explicar cada una. Lo que sí sé por mi experiencia es que teniendo gemelos las probabilidades son muy altas, lo das como casi un hecho que tus bebés nacerán un poco antes de tiempo. Cerca del 60% de los embarazos de gemelos son prematuros (antes de la semana 37).

 

Estando el promedio en 35 semanas dentro de su mamá.

 

Cada día, cada semana que tus bebés están horneándose hace la diferencia. Nosotros cada cita que teníamos ya sea con el ginecólogo o con el neonatólogo (porque aquí en los Estados Unidos un embarazo de gemelos ya se considera como de alto riesgo y necesitas un especialista) era una mezcla de nerviosismo, emoción e incertidumbre.

 

Desde las primeras citas con ellos y por los cursos prenatales que tomamos, sabíamos que los pequeños iban a llegar antes de las 40 semanas y nos tratábamos de hacer a la idea. Pensábamos, “ok, van a nacer un poquito antes, van a estar en el hospital unos días y a la casa, van a estar bien, todos vamos a estar bien.” Muy racional. Pero ya cuando llegan a este mundo las cosas cambian, lo sientes y lo vives de verdad. Vives la angustia, el amor, la preocupación, la soledad, la ilusión, el abandono, son demasiadas cosas las que pasan por tu mente mientras detrás de tu cabeza pulsa el “que estén bien, van a estar bien”.

 

Por artículos que leímos, platicando con amigos y doctores, sabíamos que esos primeros segundos o par de minutos de lazo entre bebé y mamá son muy valiosos y mágicos. Es cuando el bebé hasta puede empezar a tomar pecho, lo calma, calma a la mamá y la llegada a este mundo es más tranquila. Hasta hay hospitales que ya lo promueven y tratan de impulsar esta idea con sus mamás, la famosa “Golden Hour”. Pero con bebés prematuros esta idea casi no se hace realidad. Porque la salud de tu bebé es primero, no hay hospital que se arriesgue a sacrificar segundos de estudios y cuidado médico por estar con la mamá.

 

Los bebés prematuros llegan a este mundo en diferentes condiciones, unos más sanitos que otros, y muchos necesitan atención médica y evaluaciones así como ven ese primer rayito de luz. 

 

Mi esposa y yo insistíamos con los doctores que queríamos darle esos momentos a nuestros bebés, de recostarse sobre el pecho de mi esposa, piel a piel, y nos hacían pensar muy positivos que iba a pasar, aunque creo ellos sabían era poco probable que pudiera pasar. Más que nada ya avanzado el embarazo, cuando mi chiquita se volteó de pompas y se quedó sentadita hasta que nació. Todo indicaba que iba a ser cesárea y con cesárea, y con gemelos, es menos probable tener esos primeros momentos con tus bebés.

 

Nuestros gemelos nacieron en la semana 34 con 6 días.

 

5 semanas antes de la fecha original. En el quirófano había mucha gente y poco movimiento, cada quién estaba enfocado en su trabajo y en lo que tenían que hacer. Al fondo había dos estaciones para recibir a los bebés, una para cada uno, y un equipo de doctores y enfermeras para cada uno. Mi nena salió primero, de pompas al mundo y con el llanto más hermoso que cualquier papá puede escuchar. Le hicieron los primeros chequeos sobre mi esposa, y en un instante la llevaron a su estación, alejándola por primera vez en su vida de su mamá. 

 

No hubo piel a piel, ni hubo tiempo de pensar o reaccionar, sólo te preguntas si está bien, si está sana. 

 

La llevaron a pesar, medir y seguir con las evaluaciones en su estación. Me acerqué a tomarle fotos mientras la sostenían junto al monitor que decía su peso y vi cómo la envolvían en un tamalito de sábanas. 

 

Dos minutos después llegó su hermanito, igual de hermoso y gritón que su hermana. Lo llevaron a su estación, hubo fotos y demás. No creo hayan pasado ni dos minutos cuando ya los estaban sacando en cunas especiales del quirófano, pasando frente a los ojos de mi esposa que seguía en cirugía y hacia la unidad de cuidados intensivos neonatales (NICU).

 

Mi chiquita envuelta y con sombrerito la acercaron a mi esposa para que le dé un beso pero mi chicuelo entamalado se tuvo que quedar en su cunita, con mascara de oxígeno para ayudarle a respirar. Nuestras preguntas eran muchas pero las respuestas no tantas. Al parecer no era oxígeno lo que necesitaba sino un poco de presión para ayudar a sus pulmoncitos a respirar. Con bebés prematuros no hay plan que valga.

 

Me fui con ellos. Impotente de tocarlos, cargarlos y besarlos. Necesitaban la atención médica y pues no quieres interferir con los procedimientos.

 

Los sentía tan cerca pero tan lejos.

 

Fui a ver a mi esposa a recuperación y así como regresé a verlos mi pequeño ya tenía una mascarita encima, con dos tubitos metidos por su nariz y con tan sólo dos cachetitos al descubierto. Le habían puesto una máquina de C-PAP para regular su presión de aire.

 

Se veía más aparatoso de lo que era, pero igual, no quieres ver a tu bebé recién nacido con tanta cosa encima. Pero eso sí, él les dejó saber a las enfermeras lo harto que estaba de eso porque subía su manita y se lo quitaba a cada rato.

 

Estuvieron en el NICU 5 largas noches. Yo iba y venía a verlos, del cuarto donde mi esposa se estaba recuperando de la cesárea a una de las tantas áreas del NICU donde ellos estaban. Calientitos bajo su lámpara de calor, con cables que se adherían a su piel y sonidos de monitores alrededor. De ellos y de otros bebés. Les llevaba cada 3 horas las pocas gotas de leche que mi esposa sacaba en ese entonces. Y cuando ella tenía fuerzas íbamos los dos y estábamos ahí hasta que nos corrían.

 

Hicimos piel a piel todo el tiempo que nos dejaban las enfermeras, mientras una sondita que les pasaba por la nariz los alimentaba y les daba fuerzas para crecer. Aprendimos a cambiar los pañales más chiquitos que hayas visto, aprendimos a darle botella a bebés prematuros, a sostenerles la cabecita y el cuerpo inclinado, a sacarles los eructos más tiernos. 

 

Fueron los días más felices y a la vez más complicados de nuestras vidas, con nuestros pequeños por fin con nosotros pero no de nosotros. Se sentía muy raro. Tenerlos con nosotros pero con horario y reglas. Desinfectarte las manos antes de tocarlos, dejarlos tranquilos en sus cunitas para que descansen, tomar dos pasos hacia atrás para que las enfermeras los chequen y los doctores los evalúen.

 

Nos perdimos esas primeras popós negras que tantos papás temen, hubiera dado lo que sea por darles un buen pasón y ser yo el que cambie esos primeros pañales.  

 

Se veían tan delicados y frágiles, pero créeme, son más fuertes de lo que creemos. 

 

Dejamos que una enfermera les dé su primer baño de toalla, no les gustó en lo absoluto y lo único que podíamos hacer es verlos dentro de sus incubadoras, llorando y ansiosos de volver a ser envueltos en esas sábanas calientitas. Nuestras primeras veces fueron sus segundas o terceras.

 

En la sexta noche, cuando a mi esposa ya la dieron de alta de la cesárea los transfirieron a los cuartos “normales” (Special Care Unit) para recién nacidos, un paso más cerca de casa. Los cables en sus cuerpecitos vinieron con ellos y sus nuevas enfermeras se presentaban día y noche. Aquí sí estábamos todo el día, junto a ellos, dándoles de comer con unas botellas que parecían de muñecas, y con chupones tan grandes como sus caritas. 

 

Cada día había status de la doctora y cada día, gracias a Dios, iban mejor. Ganando peso y regulando su temperatura solitos. Eso era, día a día, no hay planes y no tienen fecha de salida. Un bebé prematuro puede ir bien un día y no tan bien otro, así como un día te dicen que ya mañana salen, te pueden decir que necesitan un día más. No hay que desesperarse, están en las mejores manos y aunque la paciencia se pierda a veces, es por su bien.

 

 bebe

 

11 días después de mostrarle sus pompas al mundo, por fin durmieron con nosotros. 

 

Dos bebecitos que apenas hacían diferencia en el peso del car seat, con dotación de pañales tamaño prematuro, y mucha emoción y miedo de por fin tenerlos en casa. Cada día era un buen día, un día que sus cuerpecitos seguían creciendo y agarrando fuerzas para ir cambiando de talla de pañal. Creciendo rollitos en sus piernas y brazos. Los días más difíciles se hacen eternos, pero poco a poco los vas intercambiando por mejores y buenos días.

 

¿Por qué existe el Día Mundial del Niño Prematuro? Para darle luz a los bebés más valientes y luchones de este mundo. 

 

​Los que llevan la fuerza por dentro y hacen que sus papás también se hagan más fuertes.

 

 

Por Carlos Wollenstein para Naran Xadul 

Carlos es papá primerizo de gemelos, niña y niño, suertudo él.

Productor de profesión y bloguero entre cambios de pañal.

Egresado como comunicólogo y publicista de la Universidad de Texas en Austin.

Mexicano de corazón pero viviendo en el extranjero, aprendiendo día a día el arte de ser papá.

Sigue sus aventuras en su blog: https://historiasdeunpapa.com/

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