Hoy que te grité
Que el cansancio acumulado de noches sin dormirse completas y días de no permitirme parar me hacen la más intolerante.
Hoy que te intenté meterte a bañar miles de veces para ya poder dormirte y que cuento los segundos para que el día por fin se acabe y yo pueda desplomarme en mi cama.
Hoy que nada más no haces caso a mis: “Ya es tarde papito, mamá está cansada.” Siento como la ira sube cual trepadora hasta mi cabeza y desemboca en un inmenso grito.
Y es un grito tan fuerte que tú solo te tapas los oídos. Veo cómo los ojitos se te llenan de lágrimas y tan solo logras decir -No grites, mami. Ya me voy a meter.
Es un grito tan profundo que no solo hiere tu alma, sino que parte en dos la mía. Un grito tan fuerte que sigue resonando y lastimando por un rato en las paredes de las casa, sobre los juguetes en el piso y sobre la pantalla de la tele donde sale el programa que la culpabilidad no me deja concentrarme para ver.
Regreso a tu cuarto y te veo durmiendo -tan perfecto y hermoso- como si fueras un angelito, y siento que una parte de mi corazón se desmorona cual mazapán por la culpabilidad de haberte gritado.
Porque se me olvida, y quizás el cansancio es el culpable de que se me olvide, pero la realidad es que me permito olvidar que al final del día nada de lo que hice, los miles de mensajes que mandé, las cantidad de platos limpios que quedaron en el fregador, la citas que logré llegar a tiempo, las veces que me felicitaron en mi trabajo, los miles de pendientes que logré resolver, la sala limpia y reluciente.
Nada, nada, nada importa comparado contigo. Pues no hay nada más perfecto, más importante, y más profundo en el mundo entero y que me cause mayor agradecimiento que tenerte en mi vida.