Mi segundo hijo
Con la llegada de mi segundo hijo aprendí, que el amor no se reparte, sino que se comparte.
El corazón no se divide, sino que se multiplica. La capacidad de amar se extiende y las ganas de querer vivir por muchos años más, se intensifica.
Miento sí digo que me tomé más a la ligera el embarazo. Es cierto que tengo muchas menos fotos de la panza y que el test de embarazo lo hice rápido y a solas, pero los nervios minutos antes de una ecografía importante, fueron los mismos. Los rezos por su salud, aún mayores.
El cuidado de mi cuerpo durante la gestación, igual.
La alegría inmensurable de su llegada, idénticamente maravillosa.
Suponía que mi segundo hijo vendría a darme revancha.
A darme la oportunidad de revindicar mi expertise, mis miedos infundados, mis mambos con la teta y mis noches de desvelo angustioso.
Pero no, allí estaba con él en brazos, atravesando sentires parecidos, el miedito de la responsabilidad, la frustración de la lactancia y el cansancio de la noche.
Reconozco que en algunas cosas me relaje, pero capaz por una cuestión de escasez de tiempo y no por la simple razón de que ya las viví.
Mi segundo hijo llegó para demostrar que muchas formas no fueron fruto de la inexperiencia, más bien, elecciones conscientes de cómo criar, de cómo cuidar y de cómo manejarse.
Me sigo sobresaltando por cosas. Con la diferencia que piso más firme.
Lloré como nunca el día que me fui a parir a Mateo, deslicé un perdóname, porque me daba cosita, tan pequeño él y ya hermano mayor, pero no lo supe hasta que tuve en brazos al pequeño, que le estaba dando lo mejor que podía darle.
Juré que trabajaría arduamente para generar en ellos una sana relación, ojalá sin competencia ni rivalidad sino más bien de mutuo apoyo y solidaridad, de compañerismo y de lealtad. Un lazo inquebrantable que trascienda cualquier dificultad.
Los segundos hijos llevan orgullosos la ropa usada y los juguetes baqueteados. Y te das cuenta que no pasa nada sí el bodie está un poco viejito, cumple su función de igual manera.
Con los segundos te simplificas, te das cuenta que menos es más. Pones en venta la mitad de los aparatejos que en su momento compraste porque te hicieron creer que eran fundamentales para el desarrollo del niño y que casi están nuevos en la caja.
Te das cuenta que leer tanto te mareo un poco y que fue de adentro que te salieron las formas, pero no del tan ponderado instinto y bla bla, sino del criterio, del sentido común y del amor.
Debo decir que agrandar la familia me sacó un poco la presión de entretener a Francisco todo el rato.
Nada más hermoso que ver a los hermanos jugando, con sus códigos, con sus roles, y a su tiempo.
Los grandes volvemos un poco a ser grandes, charlamos con amigas, tomamos mates y ellos juegan. Que alivio para esas pequeñas personas. Que aire nos damos mutuamente.
En fin, tener hijos es una bendición inigualable y no me voy a cansar de repetirlo.
A veces pienso que en lugar de pensar cuántos hijos tener en función a la escuela que puedo pagar, debería pensar en cuántos platos quiero poner en la mesa. Cuánto más grande quiero que sea mi corazón. Cuánto más acompañados quiero que estén los unos de los otros.
Los hermanos son amigos eternos. Son cómplices insuperables. Son sostén y compañía.
Agradezco poder haber colaborado en la creación de ese maravilloso vínculo.
De cada uno de ellos aprendí cosas, pero sí hay algo que aprendí de ambos, es que nada se compara como el amor hacia los hijos y que sean dos o tres o cuatro.
Cada uno será especial y único y que ocupará un lugar en mi corazón que ningún otro ser en la tierra, ocupará jamás.
Por Flor the Flower para Naran Xadul