“No pasa nada”, una frase que deberías evitar decirle a tus hijos
“NO PASA NADA”… Sin querer, esta frase se la había dicho muchas veces a mi hijo: cuando se caía, cuando se enojaba, cuando lloraba o cuando me decía que le tenía miedo a algo. Y lo hacía para minimizar lo que SÍ pasaba, aunque por dentro yo estaba muy preocupada o sentía más o igual dolor que él.
Sin embargo, “abrí los ojos” cuando un día se cayó y se raspó tan feo que él solito se levantó y dijo: “no pasa nada”, ahí fue cuando le aclaré: “sí, pasa, te lastimaste muy feo, ¿te duele mucho?”. Entonces, sólo vi la carita de desconcierto de mi hijo.
Así que a partir de esa caída le expliqué a mi pequeño que realmente pasaba algo y que necesitaba que se diera cuenta de lo que realmente pasaba y sentía en ese momento, y decidí cambiar mi lenguaje por frases más aterrizadas en la realidad como: “sí te raspaste, pero no fue grave”, “¿te duele”, “¿se te cayó?, levántalo y limpia”, entre otras.
Y es que era tan común que inconscientemente la decía para “consolar” a alguien más, era mi forma de darle apoyo a alguna experiencia negativa que tuviera.
Esto es lo que pasa con los niños que escuchan esa frase:
Aunque duela reconocerlo, muchas de las cosas que les enseñamos a los pequeños lo hacemos a través de las palabras, y si les transmitimos un mensaje erróneo (aunque no sea nuestra intención), ellos pensarán que es así y lo adoptarán para su vida.
Los niños se quedan con el mensaje que les damos, no imaginan que lo que decimos por impulso sea solo para “minimizar la situación”, sino que lo entienden tal cual como “no pasa nada”, aunque sí haya pasado. En cierta forma es como si negáramos la realidad.
Otra aspecto que le estamos restando importancia con esa frase son sus emociones, le estamos negando la posibilidad de expresarse al 100%. Por ejemplo, cuando lloran porque se enojó al no conseguir algo y les decimos “no pasa nada”, le quitamos validez a lo que siente en ese momento.
Cuando en realidad, lo mejor es enseñarle a entender su emoción y cómo debe canalizarla, y no a guardarla, negarla ni a reprimirla, porque a los demás les puede parecer incómoda.
Al hacerlo nos daremos cuenta que como papás tendremos su plena confianza para que nos cuente lo que sienten o piensan, que no tendrán miedo de decirlo porque no les contestaremos con el famoso “no pasa nada”, sino que sabrán que encontrarán un buen consejo de nuestra parte.
De acuerdo con especialistas de la UC Berkeley, el entrenamiento emocional es la clave para criar niños felices, flexibles y con los “pies bien puestos sobre la tierra”. El primer paso para lograrlo es ser empáticos con las emociones de nuestros hijos para descubrir lo que sienten y aceptarlos; después se debe poner nombre a lo que sienten y encontrar una solución juntos.