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Las mamás ya no juegan a la muñeca

Publicado: 27 de Febrero 2020
Criando con consciencia
Foto: IG @julimonsalveblog
Foto: IG @julimonsalveblog

Es curioso el mundo en el que habitamos las mujeres, lleno de etiquetas y juicios que muchas veces no nacen del patriarcado sino de nuestras compañeras de viaje. Es una gran estrategia para quitar a las mujeres el poder hacernos pelear entre nosotras, “divide y vencerás” dicen por ahí. Así nos llamamos unas a las otras dejadas, zorras, presumidas... para llenar la página en blanco de palabras que lastiman y nos son familiares. 

 

 

Pero hoy quiero hablar de una etiqueta que llega a temprana edad y cuyos estragos no se sienten sino hasta décadas después y de la que yo fui acusada en más de una ocasión : eres inmadura, que infantil, por qué actúas como niña. 

 

 

Es increíble que la primera vez que fui acusada de ser infantil fue a los 11 años. “¿Sigues jugando con muñecas?”, se burló una amiga que no había visto en unos meses. Me sentí incómoda y poco adecuada pero seguí jugando, aunque ahora en secreto. 

 

 

Con el tiempo fui aprendiendo que no era “de señoritas” jugar después de los 10 años, reír a carcajadas, buscar aventuras, elegir tenis sobre tacones para seguir corriendo y brincando. Tampoco era válido disfrutar de comida con propiedades mágicas como el algodón de azúcar, coleccionar hadas y varitas mágicas, ni gritar emocionada al caer a la alberca de un tobogán. 

 

 

Pero ese mundo de magia me gustaba y por más que intenté, no acabé de entender el atractivo de mantenerme distante, de zapatos y caras incómodas, de clasificar y descalificar y cuidar cada palabra. Fue así como decidí estudiar pedagogía y refugiarme en el mundo de los niños. 

 

 

Pero fue tener a mis 3 hijas el mejor pretexto de hacer lo que hacía de todas maneras pero ya no siendo “inmadura” sino “entregada”, pues la verdad es que siempre me metí a la alberca, me subí a la montaña rusa y disfruté (en secreto) de los dulces de las piñatas. 

 

 

Y resultó que mi niña interna, con tanta vida a pesar de las décadas de críticas, se convirtió en mi mejor aliada como mamá. En mi casa los calcetines bailan hacia los pies, la tina con agua mágicamente (con ayuda de colorante) cambia de color y los pequeños berrinches se desarman a base de chistes. 

 

 

Claro que este mundo feliz no es la realidad de todos los días: hay noches que la única magia que quiero es tronar mis dedos y que queden dormidas. Inclusive en ocasiones mágicamente aparece la bruja de las amenazas y el “si no te duermes, mañana...” 

 

 

Pero, no hay duda, que la risa y la conexión son la base de la cooperación. Esto es especialmente cierto con los niños pequeños que están programados a resistir a los adultos para entender mejor quiénes son ellos. Un niño de 3 años puede mantenerse firme como roca negando la entrada del cepillo de dientes a su boca, pero cuando el cepillo de dientes empieza a cantar y bailar, la boquita se abre curiosa y divertida.

 

 

Por eso el consejo más poderoso que podría yo dar en temas crianza es sencillo: disfruta el viaje, ríe, juega, baila.

 

 

Pero para llevarlo a la práctica se necesita despertar a la niña interna que muchas veces lleva décadas dormida. 

 

 

El niño en el mundo masculino tiende a tener una vida mucho más prolongada: entre hombres serios es válido cambiar estampas de fútbol americano, coleccionar Figuras de Star Wars y participar en ligas de fútbol de todas las edades. En general los hombres siguen jugando mucho después de los 10 años. Así muchos de ellos al convertirse en padres, naturalmente se sienten cómodos jugando a las luchitas, al fútbol y al monstruo de las cosquillas. 

 

 

Y  no es que el mundo “serio” tenga menos valor, la rutina y los límites son parte básica de la crianza también. Los pasatiempos no tendrían en teoría que estar limitados por género o edad. Pero al menos en mi experiencia, las mamás muchas veces nos sentimos incómodas con la idea de poner a los calcetines a cantar o de que el pañal (limpio) empiece su viaje en nuestra cabeza. Y no es sólo que esta niña interna dormida dificulta jugar para lograr cooperar. También tener una niña interna dormida implica haber dejado atrás hace unos años la maravillosa capacidad de asombro. 

 

 

Así que mamás, papás, tías y tíos, abuelitos y abuelitas: les deseo de corazón despertar al niño que ríe a carcajadas, que come helado mientras gotea por la barbilla y sabe que los calcetines son en realidad marionetas que lloran cuando no están calientitas en los pies. 

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