Publicidad

Cuando no invitan a tu hija a jugar

Publicado: 15 de Febrero 2020
Criando con consciencia
Foto: IG @sheridaningalls
Foto: IG @sheridaningalls

Cuando no invitan a tu hija a la fiesta, quieres llenarla  de globos y dulces y pasteles pero sobre todo, de olvido.

 

 

 

Cuando no dejan a tu hija jugar, quieres gritarle a las niñas y a las mamás de las niñas y a las maestras de las niñas: “sus ojos y sus corazones están ciegos, su mundo de blancos y negros, no alcanza a ver el arcoíris que es mi niña”.

 

 

 

Cuando escogen a tu hija al último para participar en el equipo, quieres guardarla para siempre en un mundo acolchonado por el amor que le tienes, quieres drenarle su tristeza y hacerla tuya.

 

 

 

Cuando tu hija pasa sus recreos sin compañía, leyendo para sentirse acompañada de aquel otro niño que más que raro resultó ser mago, quieres mandarle una carta que también la lleve lejos, muy lejos del mundo que la lastima, a un castillo de amigos y aventuras.

 

 

 

Cuando tu hija no duerme por miedo a ir a la escuela, cuando se pregunta qué está mal con ella, cuando llora en sus sueños, tú como mamá te ahogas en culpa, en miedo o desesperación. Tus noches también se vuelven de insomnio, de pláticas matrimoniales nocturnas que terminan muchas veces en peleas matrimoniales nocturnas buscando ayudar sin victimizar, adaptar sin modificar su esencia luminosa. 

 

 

 

Cuando tu hija vive en un mundo en el que hay risas cuando habla o cuando calla, cuando sonríe o cuando llora, cuando baja la cabeza o cuando sube la voz, dejas de ver a las otras mamás a los ojos, deseando con toda tu alma que por unos segundos pudieras vaciar en ellas, llenar a sus hijas de pedacitos de tu dolor, para quizá ahí encontrar empatía. Pero a la vez, también les deseas desde los fragmentos de amor que quedan en ti que nunca pero nunca sean sus hijas a las que dejen de invitar a la fiesta. 

 

 

 

Y mientras tanto, abrazas a tu hija fuerte, secas sus lágrimas y fortificada de un helado compartido le aseguras que en ese pequeño mundo seguro, aquel que llamamos casa, la vemos luminosa, mágica y única, la vemos enojada, frustrada y triste, la vemos graciosa y seria, madura e infantil, introspectiva y desbordada de energía... la vemos completa y la amamos completa.

 

 

Publicidad
Publicidad
Publicidad