Qué dura es esa culpa de mamá y que innecesaria
Me acuerdo perfecto de ese día...
Volví muy temprano de mi viaje de trabajo a Japón. Fueron 8 días fuera de casa y estaba iniciando en el puesto de Directora de RH. Escribir esa frase hoy parece simple, pero recuerdo que en su momento tenía muchas emociones y pensamientos encontrados y nada era tan simple.
Recuerdo la sensación de culpa: Isabella no tenía aún el año cumplido, y “todavía” a sus 11 meses no gateaba. Además de todas las preguntas sociales (que al final terminan con el protocolar “bueno, no te preocupes, cada niño tiene su tiempo”) yo cargaba con mi culpa de que seguro mi hija no gateaba, no decía mamá, y no sonreía mucho, porque yo estaba varias horas fuera de casa.
Ese domingo que llegué de Japón, corrí a casa. Al poquito rato de estar jugando con los chicos en el tapete de juegos, Isabella comenzó con sus primeros gateos. Lloré. Lloré por la tensión que tenía adentro de que mi nena aún no gateaba y lloré porque dentro de mí me dije: “me esperó para hacerlo, y que yo la viera”.
Qué dura es esa culpa y que innecesaria. Es algo que no tiene ningún valor, ya que no te deja aprendizajes, no te deja sentimientos positivos, no te deja emociones mágicas....solo es culpa, angustia y tristeza. Qué difícil saber que cargamos con ella, y que a veces creemos que todo lo que les pasa o no les pasa a nuestros hijos depende 100% de nosotras. Qué ridículo sentirnos tan omnipotentes, ¿no?
Hoy sigo sintiendo culpa muchas veces por cosas diferentes, no lo voy a negar. Pero hay algo que tengo claro: yo como mamá influyo muchísimo en mis hijos y en su desarrollo pero no defino. Esto se trata de acompañar y desarrollar, pero cada uno de ellos tiene una forma, un tiempo y una manera única.
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