Lo agridulce de la maternidad es lograr que tu hijo no te necesite
Puedes creer que todo lo que estás haciendo ahorita está formando las bases para que el día de mañana tu pequeño sea un ser completamente independiente.
Desde que mi hija empezó a caminar entendí esta parte amarga de la maternidad, cada vez que ella aprendía algo nuevo, no podía dejar de sentir un huequito en el pecho por todo lo que ya no iba a volver a hacer: cambiar pañales, amamantar, cargarla a todos lados o bañarla.
La lista podría ser infinita, porque no solo nos necesitan para la parte física y de desarrollo, también al enseñarles a entender sus emociones lo hacemos con la intención de que el día de mañana sean seres sanos emocionalmente y puedan resolver sus propios problemas, sean empáticos, buenos con el mundo e independientes.
Es un trabajo tan cansado, desgastante y amoroso que además de todo implica que estemos soltando todo el tiempo.
Soltamos las expectativas, la perfección y sobretodo a esa persona que nuestros hijos necesitaron un día para hacer absolutamente todo para convertirnos en observadoras y compañeras en su vida.
Y eso siempre duele un poquito en el pecho.
Porque cada que logren una nueva habilidad, cuando entren a la primaria, cuando ya se peinen solitos, cuando entren a la universidad, cuando se vayan de casa y formen su propia familia, para nosotras serán las medallas de haber hecho un gran trabajo.
Esos serán nuestros premios, junto con la seguridad de saber que aunque vuelvan a casa a recargar pilas, ellos pueden solos.
Toda esta labor agridulce y llena de amor, la volvería a hacer aún sabiendo que un día tendré que dejar ir a la persona que tomó mi vida entera para convertirse en una persona independiente. Sí, lo haría todo de nuevo, sin pensarlo.
Por Silvia Ruiz