La culpa de ser madre
Los miras, y de pronto, sin poder observar con el detenimiento que te gustaría, el tiempo te roba el aliento, y se lleva con él, aquellos brazos pequeños que apenas ayer solían descansar pacíficamente sobre los tuyos.
Y han girado libremente hacia un lado y hacia el otro, han andado a cuatro puntos como cachorros divertidos, se han levantado erguidos y han dado rienda suelta a su imaginación y a su camino.
Y ellos lloran y tú aguantas, y ellos gritan y te desatas. Y te transformas en lo que no eres y se apodera de ti la falta de sensatez, y tú lloras, y ahora, tú gritas, y ellos sólo escuchan atentos.
Y la culpa corre muy deprisa por todo el cuerpo, atravesando cada centímetro de tu torrente sanguíneo de madre. Y entonces te cae de golpe el arrepentimiento instantáneo, después de haber hecho el daño. Y así, con los sentimientos a flor de piel, deseas haberles dedicado mucho más, más tiempo, más juegos, más risas, más caricias.
Menos silencio y más ruido. Menos locura y más cordura. Menos duda y más confianza. Menos dolor y más curación. Menos cólera y más calma. Menos olvidos y más recuerdos.
Pero el amor es más grande siempre, así que recuerda que estuviste ahí presente, en los soles y las lunas, las saludes y las enfermedades, los amaneceres que parecían eternas madrugadas. Estuviste. En las altas y en las bajas, en las buenas y en las muy malas. No sólo estuviste, te quedaste.
Y lo que vale es lo que es, y lo que fue ya sólo se traduce en ayeres lejanos. Y tomando en cuenta todo lo que hiciste y dejaste de hacer, lo que entregaste y dedicaste, lo que construiste y arreglaste, ten por seguro que, sin duda, sobresaliste en cada ocasión que amenazaba con terminar siendo un desastre.
Y sueñas con ser la mejor versión de ti, sin saber que ya lo eres, que la vida te ha regalado la dicha de reinventarte cada día que pasa, la fortuna de ser felicidad y no tener que buscarla, la suerte de ser mamá, y a la vez, mundo para alguien más.
Texto: Andrea Jaime