Carta a mi mamá que ya no está conmigo
¿Cuándo uno deja de necesitar a una mamá?
Cuando te gradúas, cuando pasa el tiempo, cuando te casas, cuando te vuelves tú misma una mamá… no. La verdad es que nunca se deja de sentir su ausencia, nunca dejamos de extrañarla. Siempre hace falta.
Cuando uno se despierta, y recuerda, y ve lo que está formando: su casa, sus hijos, su propia familia, es cuando más extrañas tenerla cerca. Para acompañarte, para aconsejarte, para pasarte ese remedio para bajar la fiebre a los niños que a ella tanto le funcionó con nosotros, sus hijos.
Mamá: te fuiste antes de conocer a profundidad a tus nietos, pero en ellos veo tanto de ti.
En cada mueca, en cada muestra de amor, en cada beso en cada cada caricia y en sus miradas.
Nadie nos enseña a ser madre mejor que nuestra propia mamá. De verla amar, construimos nuestra forma de amar.
Aprendemos de sus errores: de algún castigo innecesario, de una costumbre que el tiempo ha borrado. Trato de copiar sus virtudes: cada detalle, la forma en que nos abrazaban cuando volvíamos tristes de la escuela, cómo me hacía ver más allá cuando el enojo me cegaba, la manera en que nos hacía sentir especiales a cada uno de sus hijos por separado.
Este diez de mayo sin tener a mi mamá conmigo pero yo siendo mamá de alguien, despierto más temprano que otros días, recordando. Sintiendo su ausencia, extrañando el olor de mi mamá. La voz, siempre presente y atenta.
Extraño verla entrar por la puerta. Extraño poder llevarle flores, llevarla a comer, darle el detalle que nunca le dimos.
Pero al saberme mamá en este día, un destello de fortaleza me inunda al ver a mis hijos. Ahora yo soy mamá y aunque me hace falta la mía, su recuerdo me hace ser la mujer que soy ahora, pues de ella aprendí a amar.