A mi hijo menor que hoy cumple tres años
A ese bebé que nació tan chiquito que sus piernitas parecían patitas de pollo, al que vino a robarle un poco el estrellato a su hermano mayor.
Al que se tomó su tiempo para caminar y hablar, pero cuando lo hizo nos dejó a todos con la boca abierta por sus enormes ocurrencias y su desbordada energía que lo hacía atreverse a todo. Enseñándome a respetar que cada quien tiene sus propios tiempos y no podemos imponer nuestras propias prisas en el ritmo de los otros.
Si alguien me hubiera dicho que el tiempo iba a pasar tan rápido, hubiera aguantado sin tanto protestar esas madrugadas en vela en las que sólo querías dormir en mis brazos.
Si hubiera entendido que de pronto un día me dirías “yo me visto solo”, “yo ya como solo”, y así tan rápido te rehusarás a llenar esa posición del bebé de la casa, me hubiera tomado las cosas más lento.
Y no me malinterpretes, se me llenan los ojos de amor cuando descubro tu necedad de independencia.
Descubrir la seguridad por querer resolverte la vida por ti mismo, me enriquece el alma, pero no te niego que mi corazoncito se pone melancólico al pensar que ya nunca te arrullaré en mis brazos hasta quedarte dormido.
Y ahora que ya por fin la gente te entiende cuando hablas. Extraño cuando yo era la única que entendía tus palabras, era como tener un lenguaje secreto entre nosotros.
Ahora que cumples tres años te veo subiendo y trepando todas montañas sin mi ayuda, o copiar a tu hermano grande cuando hace “cosas de grandes”.
Ahora te descubro con tus propios gustos y tu propia personalidad.
Ya no eres mi bebé y aunque ese luto tiene que ver más conmigo misma, con mis propios miedos y expectativas, tiene una magia indescriptible encontrar que el bebé de la casa está creciendo.
Porque ser mamá para mí ha sido el ejercicio perfecto de humildad que me mostró que para ser feliz, hay que abrirse al otro y dejar a un lado el ego.
Tú has sido mi mayor aprendizaje.
Feliz cumple años, gracias por tantas risas.