Publicidad

Nunca te vayas a dormir con el corazón enojado. Una lección de vida que me dio mi hijo de 4 años.

Publicado: 3 de Agosto 2019
Vida de familia
Foto: Sandy Bleiberg
Foto: Sandy Bleiberg

Mi hijo y yo acabábamos de tener una de esas peleas monumentales llenas de lágrimas, mocos y berrinches de una hora y media por no quererse irse a dormir.

El combate fluctuó entre cuatro cambios de pijamas que no le quedaban como él quería, dos cambios de cojines porque estaban muy “fríos”, una discusión de filosofía existencial del por qué existe la noche y por qué las personas tienen que dormir, para terminar con unas firmes aseveraciones, dignas de haber salido de un Che Guevara versión 4 años, de que “-¡Nadie, nunca, podía obligarlo a cerrar los ojos si él no lo deseaba!”

Los dos acabamos agotados y drenados. Y este agotamiento resultado del combate me hizo usar mis cartas de poder: –“Mi amor te amo, pero si no te acuestas a dormir ya, mañana no vienes a jugar a casa de tus primos.” Era un golpe bajo, –lo admito.

Los dos sabíamos cuánto deseaba –con todo su ser y su alma– ir a jugar a casa de sus primos. No sé cómo, pero en un intento de auto contención logró ahogar los gemidos que todavía se desbordaban de su inmenso berrinche, se secó las lágrimas con la camisa de su cuarta pijama de la noche y se acostó a dormir. Después de meterlo bajo la colcha y a punto de salir del cuarto, lo escuché, desde la oscuridad, llamarme para decirme:

–”Mamá, te perdono”

“Creo que no tienes el significado correcto de esa frase, le dije pensando o al menos “deseando” que lo que él quisiera o debería estarme diciendo en ese momento era un -“Te pido perdón”.

“ No. mamá, te perdono. Te perdono porque nos dijimos cosas que nos hicieron sentir triste el corazón y no me puedo dormir, porque sentirme triste hace que me duela la panza y que no me pueda quedar dormido, por eso quiero que nos perdonemos.”

La luz de la lamparita de nubes me dejaba ver cómo seguía secándose las lágrimas con sus manitas. En ese momento aprendí una gran lección y venía de parte de un niño de 4 años. Una poderosa lección de perdón y empatía:

Nunca debemos irnos a la cama con el corazón enojado. Esto era algo que a mis 34 años había escuchado muchas veces pero nunca le había dado un verdadero sentido: A tratar de perdonar y saber pedir perdón a nuestros seres amados para no quedarnos enfrascados en el dolor y la rabia.

Las horas de sueño nos ayudan a procesar la información del día y a almacenarla en la memoria. Los recuerdos negativos son más difíciles de suprimir si nos vamos a la cama pensando en ellos o si acabamos de mantener una discusión y se consolidan en nuestra memoria y definitivamente, esas no son las memorias que quiero sembrar en mi niño.

Si de algo estoy segura es que la vida es muy corta y los años con mis hijos son tan valiosos, como para acabar el día vibrando enojo en lugar de amor y agradecimiento antes de cerrar los ojos cada noche.

Y espero que ellos aprendan también, a saber perdonar para nunca irse a dormir enojados.

Publicidad
Publicidad
Publicidad