El mono y el cocodrilo
Un mono vivía en la copa de un árbol alto y frondoso situado a la orilla de un gran río. En las aguas del río, nadaban los cocodrilos a la espera de alguna presa para saciar su hambre.
Día tras día, un viejo cocodrilo observaba desde el agua al mono que se balanceaba en las ramas de su árbol. Y su hambre aumentaba con ese espectáculo. En una ocasión, el viejo cocodrilo se acercó a otro más joven y le dijo: --Hijo mío, ¿alguna vez te he pedido algo? –Jamás –le contestó el joven cocodrilo. –Pues ahora que estoy viejo, tengo un capricho que quizás tú puedas darme: se me antoja comerme el corazón de un mono.
--Y, ¿Cómo voy a atrapar un mono? –objetó el joven cocodrilo--. Los monos no nadan en el agua y yo no puedo subir a los árboles… --Eres inteligente, tú encontrarás el modo. Durante la mañana siguiente, el joven cocodrilo observó con detenimiento a una familia de monos en la copa de los árboles, comprobó que discutían y se peleaban por la escasa comida que quedaba en esa orilla. Al otro lado del río, en cambio, los árboles estaban llenos de frutas, y no había un solo mono que pudiera disfrutar de ella. El cocodrilo se sumergió dejando entrever sólo su lomo y sus ojos, y se deslizó plácidamente hasta la orilla. Desde allí, gritó al mono que estaba en la rama más baja: --Amigo mono, ¿has visto qué cantidad de fruta hay del otro lado del río? --¡Todos los días al levantarme es lo primero que veo! ¡Quién pudiera alcanzarla! --¿Y nunca has pensado en cruzar el río para ir a comerte aquellos riquísimos plátanos? --¿Cómo quieres que vaya si yo no sé nada? –respondió el mono.
El cocodrilo ensayó entonces su tono de voz más amable para que el mono confiara en él. –Yo podría llevarte encima de mi lomo. Sería un lindo paseo… al mono le pareció buena idea. Bajó del árbol y subió al lomo del cocodrilo. Sólo podía pensar en los apetitosos plátanos que le aguardaban y no se daba cuenta del peligro. En mitad del río, el cocodrilo se sumergió y el mono se hundió con él. Cuando el cocodrilo salió a la superficie, el mono tosía y echaba agua por la boca. --¡Tú me dijiste que sería un lindo paseo! ¡En eso quedamos!
No te sumerjas más porque no sé nadar y acabaré ahogándome… Allí, en medio del río, el cocodrilo supo que su presa ya no podía escapar y decidió confesarle sus intenciones abiertamente: --Se me olvidó decirle que mi papá tiene antojo de comerse el corazón de un mono y he pensado que podría llevarle el tuyo. --¡Ah, me lo tenías que haber dicho antes y así me habría traído mi corazón! Justamente, hoy lo dejé en el árbol… --¿De verdad que dejaste tu corazón en el árbol? –preguntó el cocodrilo, desconfiado.
--¡Jamás te mentiría! Si quieres comprobarlo, llévame de regreso a mi orilla y te lo bajo. Pero ya que estamos tan cerca de la otra, vamos primero por mis frutos. --¡De ninguna manera! Mi padre espera su corazón para comer y prefiero que vayas a tu árbol enseguida, lo cojas y me lo bajes. Y, nadando a toda velocidad, el cocodrilo lo llevó a la orilla. Apenas se acercaron, el mono dio un brinco y subió rapidísimo hasta la copa del árbol, desde dónde gritó: --¡Aquí arriba está mi corazón! ¡Si lo quieres, ven por él!
Y el cocodrilo joven comprendió que su padre aún tendría que esperar mucho tiempo si quería disfrutar del manjar del corazón de un mono, porque los monos guardan su corazón con mucha inteligencia.
Por: Silvia Dubovoy