Una mala transición de casa a escuela puede hacer que tu hijo sufra innecesariamente
Hace unas semanas, mi esposo y yo tomamos la decisión de llevar a nuestro hijo de un año y cinco meses a la escuela.
Nos pareció lógico que si ya caminaba, sabía decir que sí y que no, tenía dentro de su léxico al menos 15 palabras que era capaz de comprender y pronunciar, se mostraba interesado con la presencia de otros niños y sabía distinguir algunos colores, era el momento perfecto para que entrara a maternal en una escuela pequeña cerca de la casa.
Al principio pensábamos que su llanto era parte del famoso ajuste, de la adaptación típica de los niños a la dinámica escolar. Pero con el paso de los días fuimos notando en él una ansiedad tremenda y un miedo irracional a subirse al coche por las mañanas.
De vuelta en casa repetía el nombre de la maestra sin cesar, como en una especie de delirio, y se comportaba de manera extraña. Fue apagándose poquito a poco: perdió el apetito, decía que no una y otra vez y se quedaba pálido, a momentos se ponía agresivo y de pronto extremadamente sensible. Su comportamiento era errático durante todo el día.
Para este momento habían pasado 15 días de llevarlo diariamente y de no ver avances, sino todo lo contrario: varios síntomas no formaban parte del proceso de adaptación del que los maestros nos habían hablado y esto nos estaba causando mucho estrés como familia.
Acudimos a la escuela y la misma pedagoga nos sugirió que dejáramos de llevarlo. Nuestro hijo no estaba integrándose al grupo, lloraba desde el inicio, tenía muy pocos momentos de tranquilidad en clase, no interactuaba con sus compañeros y estaba llegando a niveles de sufrimiento y ansiedad importantes.
La palabra sufrimiento me pareció brutal. Yo no quería hacer a mi hijo sufrir. De hecho, pensaba que estaba más que listo para una nueva experiencia y que al verlo tan sociable en nuestro día a día iba a ser feliz en compañía de otros niños.
Como padres de un pequeño cuya primera experiencia con la escuela fue mala de principio a fin, lejos de preguntarnos qué habíamos hecho mal y de reprocharnos la forma en que hicimos las cosas, decidimos asesorarnos con una psicóloga infantil para hacer una transición más inteligente y amorosa de la casa a la escuela.
Al evaluar a nuestro hijo, la doctora Perla Acosta –psicóloga e investigadora de la UNAM– nos dijo que “muchas veces pensamos que el tener niños sociables que pueden quedarse a dormir en casa de los abuelos sin mayor problema, es suficiente para mandarlos a un mundo completamente desconocido, esperando la misma reacción. Eso es un error”.
Lo primero:
A pesar de que no podemos estar cien por ciento seguros de si nuestros hijos están listos para ir a la escuela o no (partiendo de la premisa de que cada niño es completamente diferente de otro), es posible hacernos algunas preguntas antes de tomar una decisión para determinar si vale la pena experimentar de una vez o esperar un poco más.
La doctora Acosta asegura que un mínimo de 6 respuestas afirmativas son necesarias para asegurar que un niño está listo para la escuela.
Tu hijo:
- Puede tomar una decisión independiente y seguir con ella
- Tiene ideas propias
- Puede seguir dos o tres instrucciones al mismo tiempo
- Puede pasar a nuevas actividades fácilmente
- Se separa sin problema de quien lo cuida
- Muestra interés en otros niños
- Interactúa con otros niños
- Reconoce sus sentimientos y necesidades
- Puede concentrarse en una tarea
- Está en proceso o ya puede lidiar con la frustración
La transición:
La doctora Acosta me hizo aprender de mis errores y caer en varias consideraciones que me gustaría compartirte:
-Es súper importante que no mandemos a nuestros niños a la escuela pensando que pueden repetir o volver si es necesario. La idea es que el primer año sea emocionante y exitoso.
-No hay que subestimar el proceso de adaptación: por más seguro que lo sientas en los primeros días, llévalo por periodos de una hora durante la primera semana, dos horas durante la segunda y tres horas durante la tercera, y así sucesivamente hasta llegar al número de horas total que pasará fuera de casa. Vas a tener que organizarte bien y dedicar gran parte de tu mañana a dejarlo listo, llevarlo, quedarte cerca de la escuela y después recogerlo, pero el esfuerzo valdrá la pena.
-Actividades en casa que involucren agua, pintura, formas geométricas, rompecabezas, libros y juegos de rol pueden ser grandes adyuvantes en el proceso de integración de un niño a un grupo.
-Llévalo a clases de natación, de música, al parque, a lecturas en librerías o lugares donde pueda convivir con más niños y donde pueda aprender a poner atención y a escuchar a otros adultos.
-Conversa con tu hijo aunque no pueda responderte del todo. Hazle saber que lo escuchas. Involúcralo en actividades que lo hagan sentir independiente (un buen ejemplo es pedirle que se ponga los calcetines o su chamarra para salir de casa).
-¡Evita apresurarte! No todos los niños están hechos para entrar a la escuela a la misma edad. Confía en que sabrás cuándo es el momento de iniciarlo en esta experiencia y no confundas tus necesidades con las de él.