Cuando mis hijos cambiaron las clases de zoom por los pozos de tierra y las cochinillas
A mitad de esta contingencia decidimos dejar atrás el encierro de concreto de nuestro departamento y escaparnos en familia a una casa a mitad del bosque.
Dejamos atrás el buen internet, el pedido del súper que llegaba sin problemas cada semana, el orden de la cocina siempre limpia, el Netflix en el que siempre encontrábamos el capítulo que mis hijos aman y la serie para vincular en pareja cuando los críos se duermen y, nos mudamos a un rancho a dos horas de la ciudad.
No fue fácil el cambio. -No sería correcto pintarlo todo de color rosa.
Digamos que el principio fue de un pantone bastante negro.
Nos costó acomodarnos. Somos ratones de ciudad, que criaron ratoncitos iguales en semejanza e imagen.
Pero cuando las aguas se acomodaron y arreglamos las goteras que nos recibieron, nos fuimos desintoxicando de los aires de ciudad, y pude ver a mis hijos estirar sus brazos hacia el cielo, hundir sus piernas en la tierra y florecer como arbolitos de ciruela.
Comenzaron a levantarse con el cacareo de los gallos. -juro que no peco de romantización- para descalzos correr para buscar cochinillas y escarabajos raros.
¿Conoces esa eterna inconformidad tan materna en la que cuando tienes a tus hijos encima todo el tiempo, añoras con todas tus fuerzas tu soledad, pero cuando se van, te das cuenta que no puedes respirar sin ellos y el tiempo a solas se siente como tener dos corazones vagando en diferentes direcciones?
Pues al cambiar un rato la ciudad por el rancho, empezamos a caminar un poco más lento, y dejé de necesitar con tanta urgencia el tiempo a solas para reconstruirme. Nos desconectamos para encontrarnos.
Para dar paseos y juntar palitos, buscar ranas brincadoras, pelear menos porque ya había sido mucho tiempo en el Ipad y basarnos en los tiempos que dura la lluvia para por fin salir a correr y jugar en el pasto.
En nuestro ranchito al final del mundo el correteo por cumplir las exigencias de ser la mamá perfecta dejó de tener mucho sentido y la maternidad se volvió más calmada.
Los juegos que ahora inventamos, algún día se convertirán en pasado y se quedarán almacenados en los olores que salgan cuando abran los botecitos de recuerdos de su infancia.
Y cuando yo huela esos botecitos, la melancolía me dará una cachetada, pero no me noqueará por completo, porque sabré que en- esos días de ranchito, nos disfrutamos a cielo abierto.
Por @sandybleiberg