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Carta de una mamá que nunca fue

Publicado: 15 de Febrero 2020
Criando con consciencia
Foto: IG @native_mamma
Foto: IG @native_mamma

Nadie lo sabe aún pero yo ya fui mamá, hace unos cuantos años cuando los escenarios no eran los ideales, una prueba de embarazo me pintó positivo. 

Cuando vi las dos rayas en la ventana de resultados sentí un escalofrío que me recorrió desde el estómago hasta la punta de mi cabello, ¡Iba a ser mamá! Me quedé helada por unos segundos porque no sabía absolutamente que seguía, cómo debía prepararme ni física ni emocionalmente, claro, en aquellas épocas era una mujer de 20 años, que aún no se graduaba, tenía un sueldo de becaria que no alcanzaba ni para las fiestas del fin de semana y que a pesar de tener una pareja estable desde hacia algún tiempo, no sabía si él querría hacerse responsable y formar una familia conmigo, ¿Cómo le iba a decir a mi mamá? ¿Qué iba a hacer con la escuela? ¿Cómo iba a manejar tanta responsabilidad?

Cuando más concentrada estaba en engañar a mi cerebro con preocupaciones falsas, me encontré sonriendo. ¡Estaba embarazada! Y nada me pudo hacer sentir más feliz.

Transcurrieron un par de semanas con total tranquilidad, lo primero que hice fue avisarle al papá, quien a pesar de su incredulidad y de pensar exactamente en lo mismo que yo pensé mientras sostenía la prueba de embarazo, me dijo que estaría ahí para apoyarme y que seríamos una familia de comercial de televisión, mi mamá, al contrario de lo que pensé, me abrazó y lloró conmigo de la felicidad porque ¡iba a ser abuela!; fui al médico, me hice laboratorios, me hice ultrasonidos, dejé de fumar, comencé a tener una alimentación mucho más balanceada y a dormir al menos mis 8 horas diarias.

La primera vez que vi un puntito diminuto en la pantalla de la ecografía mi corazón latió con más fuerza que nunca y lo sentí, ya era mamá. Y es que desde que esas dos rayitas azules aparecieron en mi vida, ya era una y a partir de ese momento me sentí completa y pensé para mi misma que no sólo en mi cuerpo ya no era una persona, éramos dos y jamás volvería a sentirme sola porque tendría un cachito de mí que la vida me prestaba para acompañarlo en su viaje por este mundo. 

Una noche mientras manejaba de regreso de la universidad a mi casa, sentí punzadas en el abdomen y cuando llegue a mi casa vi un sangrado, llamé al médico y me dijo que fuera al hospital, las punzadas en el pecho eran mucho más fuertes que las del vientre y sentí como si me hubieran dado la peor noticia del mundo. Llegué al hospital y mientras el médico me hacia un ultrasonido, con total naturalidad me dijo: “Pues si estabas embarazada, ya no estás”. 

Las palabras resonaron en mi cabeza como si estuvieran huecas, escuchaba pero sentía que no podía entender su significado, era como si me hablaran en un idioma que no conocía, todo transcurrió en cámara lenta y sentía como si hubiera salido de mi cuerpo y estuviera viendo como espectadora una película de terror, de aquellas con las que lloras hasta altas de la noche. 

¿Cómo era posible que hace apenas unas horas en mi cuerpo fuéramos dos y ahora sólo había uno? Otra vez estaba sola conmigo misma. ¿Cómo era posible que el médico me dijera esto? O sea que todo vivió en mi cabeza y nunca pasó. Son preguntas que hasta la fecha, 7 años después no tienen respuesta. 

Fue un proceso médico complicado porque nadie sabía que pasaba en mi cuerpo. Al salir del hospital después de estar internada por un par de días, mi vida siguió su curso normal y viví mi proceso en silencio. 

Porque eran muy pocas semanas y nadie sabía de mi embarazo, porque era imposible que me hubiera emocionado por ser madre tan joven y tan inexperta, porque no había forma de haberme encariñado en tan sólo 6 semanas.

Las únicas dos personas que conocían la situación eran mi mamá, quien al poco tiempo perdió de la ilusión de ser abuela y mi pareja quien al residir en otro punto geográfico no pudo estar conmigo para consolarme en las noches de soledad. Sola con el vacío que sentía dentro de mi cuerpo y de mi corazón. 

Lloré noches completas, llena de culpa, llena de ira, llena de dudas. ¿Por qué a mí? ¡Yo hubiera sido una excelente mamá! ¿Qué tenía mal en el cuerpo para que mi bebé no pudiera quedarse conmigo? ¿Y si todo estuvo en mi cabeza?. Los meses posteriores pasaron lentos y llenos de introspección ya que la única persona que podía convivir con este dolor era yo... y nadie más. 

¿Por qué no había podido quedarse conmigo? ¡Yo hubiera dado la vida por él! Hoy me doy cuenta que él dio la vida por mí. El se fue porque tenía que enseñarme que las ilusiones nos hacen sentir vivos, que puedes ser mucho más fuerte de lo que te imaginas y que no importa qué tan fuerte sea la tormenta, siempre va a salir el sol. 

Hoy te puedo decir que ya no lo recuerdo con dolor, hoy sané mi herida y aunque pienso con nostalgia de lo que pudo haber sido y los pasteles que pude haber horneado para fiestas de cumpleaños, los berrinches que pude haber sobrellevado y las risas de horas que pude haber tenido; recuerdo con tranquilidad que cumplió su misión en este mundo al hacerme sentir la mujer más feliz del mundo. 

Para ti mamá que estás leyendo esto, y pasaste por lo mismo que yo quiero decirte una cosa y grábatela en la cabeza: fuiste mamá, sentiste la felicidad en tu cuerpo de dar vida y eso, no importa quien te diga lo contrario, siempre te acompañará en tu corazón y también, escúchalo bien, no estás sola y no hay nada malo en ti, no tienes la culpa y nunca habrá algo que “hubieras” podido haber hecho. 

Háblalo, sácalo, abraza tu dolor con tu tribu y sobrellévalo. Y levanta la cabeza, y sigue adelante, porque no hay obstáculo que una madre no pueda superar. Porque recuerda que la fortaleza que adquieres al ser madre, una vez que la adquieres, nunca la vas a perder. 

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