El día en que la asesora de crianza respetuosa le gritó a su hija.
Hola, soy Karen, asesora de crianza y confieso que ayer le grité a mi hija. No es algo de lo que me sienta orgullosa ni que quiera justificar: finalmente después de décadas de estudio, cientos de cursos de crianza y miles de páginas de libros, perdí el control y grité.
La escena seguramente le sonará familiar a más de una mamá: 7.30 de la noche, hijas cenando cereal (con plátano por lo de la culpa), mamá exhausta supervisando cena y escribiendo en la computadora a la vez porque urge la propuesta para mañana a primera hora, una preescolar que insiste en servirse el agua, agua que se cae por toda la mesa empapando el piso y la preciosa computadora. Caos total.
Escribir aquí lo que grité me da mucha pena, así que mejor se los dejo a su imaginación, pero acompañen la imagen de mi cara furiosa con la de una chiquita de 5 años a la que cada vez se le abren más los ojos y se le llenan de lágrimas mientras camina lentamente hacia atrás con miedo.
Alguna parte de mi cerebro registra asustada que le estoy dando miedo pero no es sino hasta que me dice con voz fuerte pero temblorosa “mami no me grites me estás dando miedo” que regreso a mi centro y paro.
Después, por supuesto, vienen las toneladas de culpa, pero ya un poco más regulada puedo frenarme y recordarme a mí misma los consejos que he compartido con las mamás en consulta una y otra vez:
Primero cambiar de estado, yo respiro profundo un par de veces y tomo un vaso de agua.
Después conectar y reparar. “Lo siento mucho nena, grité muy feo y te asusté” le digo y le ofrezco un abrazo evitando la tentación de utilizar la frase que diría casi por instinto: “te lo dije”.
Finalmente aprender y enseñar. “Para la próxima cuando me enoje mucho mucho voy a respirar y a tranquilizarme antes de hablar contigo”, fue la frase siguiente. Lo que le estaba diciendo a ella, a mí misma y lo que les quiero compartir es que me equivoqué y eso está bien.
Los errores, los conflictos y los problemas nos permiten conocernos mejor a nosotros mismos y a nuestros hijos, viviendo y enseñando que un error es sobre todo una oportunidad de aprendizaje y que la culpa paraliza, nos atora en el pasado y nos impide avanzar.
La historia acabó cuando un rato después hablé con mi hija sobre la importancia de poner atención en el entorno cuando está aprendiendo a hacer algo nuevo, y antes de dormir yo me hice una serie de notas mentales para organizarme mejor y poder mantener así alejada mi computadora de niños tomando agua.
¿Ya nunca más voy a volver a gritar? Aunque espero que no, definitivamente no lo puedo garantizar, haré lo posible por regularme y cuidarme, pero la maternidad es complicada y finalmente se vale equivocarse, disculparse y aprender de nuestros errores.