Cuando sientas que te falta algo, solo voltea a ver a tu familia. Lo tienes todo
Mis hijos se fueron unos días de vacaciones sin mí y hasta entonces lo entendí.
Que la casa se sentía vacía a pesar de estar llena de cochecitos tirados por la cocina, muñecas y peluches sentados en el sillón de la sala y montañas de ropa sucia en el pasillo.
Que aunque se respiraba un aire diferente, no era precisamente el que había imaginado. No era del todo paz, pues la costumbre me recordaba que los gritos, llantos y peleas también formaban parte de la tranquilidad de ser mamá y tener a todos mis hijos brincándome encima.
Extrañé sus voces gritándome “mamá” quinientas veces seguidas para enseñarme algo nuevo que descubrieron, y sus travesuras silenciosas. Sus manos pequeñas pidiéndome que los tome en brazos y los lleve a algún lugar, aún cuando ya saben caminar.
Aunque no lo crean, extrañé el caos que tantas veces llegué a odiar, la intensidad con la que se vive cada día cuando tienes hijos pequeños y bebés en casa, las carcajadas y el baño en tina, y hasta la hora interminable de ponerlos en sus camas, leerles cuentos y rezar para que se duerman pronto.
Entendí que el tiempo es tan relativo. Que las horas se pasaban extrañamente lentas y que tenía tiempo de sobra para hacer cosas como desayunar tranquila, ir al baño y hasta hacerme las uñas. Y en el momento sí lo disfruté, no les miento, pero después no supe que hacer con tantas horas libres.