Los cuervos plateados
Hace muchos, muchísimos años, una bandada de cuervos llegó a Australia durante una tempestad. Agotados por la travesía, anidaron en su nueva tierra en las ramas más altas de los árboles.
Los cuervos recién llegados no fueron bien recibidos. Sus plumas eran plateadas como las estrellas y las otras aves envidiaban su aspecto, los lagartos y las serpientes se pasaban los días en sus guaridas porque al brillo de las alas de los cuervos los atemorizaba. Con todo esto, los cuervos estaban tristes porque nadie los quería. --¿Qué podemos hacer para se felices? –se preguntó un viejo y sabio cuervo mientras pasaba una de sus alas por su cara para secar las lágrimas.
Cuando los otros cuervos vieron llorar al más sabio, lloraron con él. La bandada era tan grande que las lágrimas de todos ellos formaron cascadas y lagos salados en mitad de la pradera. Meses más tarde, cuando ya ninguno tenía fuerzas para seguir llorando, el viejo y sabio cuervo habló de nuevo: --Lo que causa este dolor es el tono de nuestras plumas, así que debemos cambiarlas. Si los habitantes de este lugar, son de piel oscura, seamos como ellos para que nos acepten.
Y los cuervos comenzaron a buscar tierra negra con la que teñir su plumaje. Sobre volaron cañadas, bosques y lechos de ríos, pero no encontraron nada que les fuera útil. Desesperanzados, se posaron en la parte más alta de unos árboles. Desde allí vieron unas mujeres sentadas alrededor de una hoguera en la que asaban carne para su comida. Los cuervos observaron que, al ponerla sobre la lumbre, la carne se ponía negra.
El viejo cuervo llamó y les dijo: --Sé que en pocas semanas, llegará la estación en la que los hombres queman el bosque para que reverdezca. Entonces, aprovecharemos la ocasión. Y así fue: los hombres prendieron fuego al bosque y éste avanzó con rapidez, consumiendo cuánto encontraba a su paso; los cuervos esperaron quietos al fuego y únicamente cerraron los ojos al quedar rodeados por las llamas.
Cuando el fuego se hubo apagado y abrieron los ojos, sus cuerpos estaban chamuscados y sus hermosas plumas plateadas habían desaparecido. –Ahora no podremos volar… --protestaron los cuervos más jóvenes. –Podremos hacerlo en cuanto nos vuelvan a salir las plumas –contestó el cuervo viejo--, y estaremos muy orgullosos de nosotros mismos. Por un tiempo, los cuervos se mantuvieron ocultos mientras crecía su nuevo plumaje: las nuevas plumas resultaron negras y brillantes, y los ojos blancos y saltarines de los cuervos proyectaron felicidad. Satisfechos, abandonaron su escondite y volaron al aire libre.
--¿Son nuevas esas aves? –se preguntaban los animales. --¡No! Son los cuervos, con sus nuevas y hermosas plumas… --se contestaban. El viejo cuervo sonreía mientras miraba a los suyos estrenando su plumaje. Aún hoy podemos ver los lagos salados en Australia que se formaron por las lágrimas de los cuervos plateados de aquellos tiempos. Los negros cuervos de nuestros días, descendientes de aquellos otros, ya no vuelan en bandadas. Además, siguen manteniéndose alejados del resto de los animales, de quienes nunca consiguieron hacerse amigos.
Por: Sandra Dubovoy