La vida a los treinta y algo de años y con dos o tres hijos: Así nos vemos...
Los veo en la escuela dejando a sus niños, corriendo atrás de ellos en el parque los domingos, enseñándoles a andar en bici. Los veo saliendo del trabajo con tanta prisa para llegar a casa y darles tiempo de calidad.
Los veo en el súper con un carrito lleno de juguetes que no comprarán pero que utilizan para no tener que pasar por un berrinche en frente de todos, y aunque han leído muchísimo al respecto, todavía no saben qué hacer con la mirada juzgona de la gente.
Los veo en los restaurantes, haciendo todo para que sus niños coman y dejando propinas proporcionales al número de migajas que hay en el suelo, a veces nos vemos, intercambiamos la mirada y sentimos que nos entendemos, aunque no nos conocemos.
Muchas veces nos vemos en la sala de espera del pediatra, a la que acudimos cada mes sin falta durante el primer año y después cada que necesitamos que nos digan que la diarrea de nuestro bebé no es un virus y que se le pasará en cosa de días, los veo pagando la consulta convencidos de que hicieron lo mejor pero también con dolor porque ahí se fueron otros 800 pesos que bien hubieran podido ahorrarse, aunque siempre la primera opción será la consulta.
Nos vemos en la playa, tiradas en la arena haciendo castillos, poniendo bloqueador en la cara de los niños cada media hora, metiéndonos un poquito en el mar y correteando a los niños para que tomen un traguito de agua.
Mientras las veinteañeras están tiradas al el sol, tomando cerveza y viéndonos de repente cuando alguno de nuestros niños grita de emoción porque viene la ola, nos ven esperando no estar en nuestros zapatos pronto, nosotras las vemos con envidia, deseando tener al menos 5 minutos de eso que están haciendo sin nada en su mente.
Pero no podemos, porque cada cosa graciosa que hacen nuestros hijos la disfrutamos como nunca, tanto que jamás imaginamos ser tan felices con esos pequeños traviesos.
También del otro lado veo a los de cuarenta y tantos, tranquilos, relajados, nos dan miradas de melancolía con tintes de apoyo y tranquilidad, ellos ya pasaron por todo esto y por fin pueden tener tiempo para disfrutar sin correr atrás de alguien.
Los veo, papás y mamás, haciendo cosas que jamás imaginaron hacer, los veo sintiéndose responsables por el futuro de sus niños, los veo tomando decisiones en conjunto, distintas a las de su familia y convencidos de que es lo mejor.
Queriéndo ya llegar a la década en que volverán a recuperarse a sí mismos, pero también no quieren perderse nada, porque ser papás es la mejor razón para perderse 10 años en la vida de alguien más, alguien que ama jugar a los carritos, que corre desnudo por la casa, que salpica cuando lo bañas, que grita mamá y papá sin parar, que llora porque no encuentra un color y sólo quiere que mami se lo dé, que cuando se siente mal sólo en brazos se cura y duerme delicioso sobre tu cuerpo mientras tú no puedes hacer nada más que oler su cabecita y pensar que no estará así toda la vida.
Lo sé porque yo soy ustedes, en el mismo camino.
Texto inspirado en el artículo de Catherine Dietrich publicado en The Huffington Post.