Cómo encontré la increíble belleza en mis mañanas ajetreadas
Antes de que amanezca, antes de que mis hijos abran sus grandes ojos.
Antes de escuchar el “mamaaaa” que nunca falla.
Yo me levanto de mi cama y camino de puntitas saboreando el único momento del día en que mi casa está mágicamente en silencio.
Y entro sin hacer ruido al cuarto de mis hijos y me quedo unos minutos admirando su perfección.
–¿Cómo pude crear algo tan perfecto y hermoso? –Me pregunto maravillada.
Antes que la histeria comience, antes de perseguir medio vestido a un niño de 3 años semi-desnudo a través de la cocina, mientras intento empacar una lonchera y de pelear con un bebé que no quiere comer.
Antes de todo eso, me siento tranquila frente a la ventana a respirar un poco, y me pongo a agradecer en mi mente todas las maravillas y milagros que tengo conmigo.
Y agradezco por esos niños ruidosos y perfectos que aún están dormidos.
Antes de que comience el ruido, me tomó unos minutos a solas para mí, para pensar, tomar mi café caliente y poder prepararme y desayunar tranquila un delicioso licuado de frutas con avena Quaker sin que nadie me apure.
Para meditar y agradecer.
Y en la calma, es cuando valoro el ruido.
Ese pequeño regalo que me doy a mí misma, me hace toda la diferencia en mi día.
Me da claridad, paciencia y salud mental.
Y cuando oigo los ruidos de niños pequeños bajándose de la cama o gritando: “mamá”.
Yo estoy más que lista para recibirlos.
Porque gracias a que tuve mi momento especial, puedo estar mejor para ellos.