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Al final de un mal día, verlos dormir me recuerda que toda la joda vale tanto la pena

Publicado: 22 de Julio 2019
Criando con consciencia
Foto: IG @chasingthesummerfields
Foto: IG @chasingthesummerfields

Tuviste un día complicado.

 

De esos que suceden en automático: no sabes en qué momento se hizo de noche ni cómo es que ahora estás frente al espejo desmaquillándote. De hecho, no recuerdas siquiera haberte maquillado. ¿Fue por la mañana, después del regaderazo de 60 segundos que te diste o a mediodía, mientras manejabas? Por cierto, ¿te lavaste ya los dientes? Pasas la lengua por tu paladar para ver si queda algún rastro de pasta dental. Compruebas que el cepillo está mojado.

 

Tu hijo se durmió hace apenas 15 minutos y aún te quedan varios pendientes al día. 

 

Prendes la tele para tener un compañero de fondo, pierdes un poco el tiempo en el celular, te quitas la ropa, aprovechas para ir en ropa interior a la cocina y pellizcar algo del refrigerador. Pasas por el espejo del vestíbulo y te quedas observando tu cuerpo durante unos minutos: aún no estás en paz con él. Lo quisieras más firme, más delgado, más adolescente. Se te escapan un par de lágrimas de regreso a tu cuarto, pero estás tan cansada dejas que caigan y sequen solas. Hoy, especialmente hoy, no tienes más ganas de ser mamá, ni esposa, ni profesionista, ni mujer. 

 

Cuando abras la boca para juzgar a una madre, muérdete la lengua primero. Ser mamá es dificil, y duele todo, el alma y el cuerpo.

 

Y justo cuando estás a punto de lanzarle un grito al universol, te topas con una imagen que te roba el aliento: lo dormiste en tu cama porque fue lo más fácil, porque de un tiempo acá ha adquirido la costumbre de tomarse la leche en tu cama para que lo pases a su cuarto bien dormido. Te han dicho que no es lo ideal, pero has decidido no enfrascarte en esa batalla.

 

Este ser perfecto que salió de ti, que tú creaste, descansa plácidamente en tu cama, se siente tranquilo porque te sabe cerca. Te aproximas con mucho cuidado y te acuestas junto a él, te das un paseo por sus cejas, por sus cachetes, por sus pestañas largas, rozas su boquita con tu nariz y percibes su aliento perfecto.

 

¿Cuánto tiempo pasará antes de que empiece a preocuparse?, ¿a pensar las cosas dos veces?, ¿a que le importe lo que piensan los demás? Colocas una mano sobre su pancita: se infla y se desinfla porque respira, porque está sano, seguro, porque está vivo; porque tiene una casa y un gatito o un perro que duerme a los pies de su cama para protegerlo, porque cenó con hambre antes de abandonarse a los brazos de Morfeo, porque te tiene a ti.

 

Pones en pausa el sufrimiento, te sorprendes dando la gracias, sonriendo. Reconoces tus lamentos y dejas que sigan su curso.

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