Soy buena madre, pero...
Me olvido de la mitad de las cosas cada vez que salgo.
Me pasa la mayoría de las veces. Empiezo a hacer bolsos con tiempo, recorriendo mentalmente todo lo que tengo que llevar para cada uno. Ropa de más, abrigos, manga corta por si hace calor, manga larga por si refresca, pañales, toallitas, biberones, varios chupetes (porque los voy perdiendo por la vida), etc, etc...
Pero siempre, SIEMPRE, algo me falta. Siempre. Especialmente cuando nos vamos a algún lado por varios días. Me pasó de llevar dos pares de zapatillas pero ninguna media, olvidar los calzoncillos de mi hijo Cruz o salir a comprar chupetes en algún pueblito perdido. De a poco mejoro, pero debería replantearme la estrategia.
Me escondo en el baño a leer mensajes, responder mails y checar Instagram.
Sí, confieso esconderme en el baño cuando nadie me ve y ponerme al día con el celular. Lo tomo con un pequeño y merecido recreo que dura apenas unos minutos, pero tan bien que me viene. Es algo rápido y eficaz, una visita express y al punto, una escapada corta hasta que algunas manitas me tocan la puerta y se rompe el hechizo entre mi celular y yo.
Muchas veces lo soborno con caramelos.
Me pasa con Cruz, porque el menorcito todavía no está en edad, pero cuando lo esté lo sumo sin dudar. Los voy dosificando, los entrego de a cuotas, hasta me tomo el trabajo de elegir los colores y gustos, y me sive para un viaje tranquilo en auto, para terminar una nota o para hablar por teléfono sin interrupciones. Yo te doy un caramelo, y vos te quedas calladito. Este es el trato.
Lo meto en su cuna sin escape cuando necesito hacer algo ya.
Él me sigue, me busca, quiere brazos, se quiere bajar, me agarra de la mano y me lleva, pero hay veces en que necesito hacer cosas YA, y con un niño que no me deja ni a sol ni a sombra, nunca puedo terminar de hacer nada. Entonces su cuna llena de juguetes me parece una idea genial. Claro que no dura mucho, pero una ya se vuelve experta en hacer muchas cosas a la vez, optimizar el tiempo es la clave, entonces lo dejo y corro a hacer eso que quiero hacer, sabiendo que el reloj también corre y que cuando se aburra empieza a revolear todos los juguetes al piso y a los gritos llamándome.
Si la mancha de una playera sale con un trapo húmedo, califica como limpia.
Y además la pueden volver a usar. Mis hijos se manchan mucho, los de todos, supongo. La vida de campo es así, se pone el cuerpo, pero a esta altura ya no soy tan quisquillosa con el tema, tampoco es cuestión de hacer estallar el lavarropas, así que si la mancha sale fácil, listo, no veo porqué no puede volverse a usar. La practicidad ante todo.
Más de una vez a la semana empiezo la rutina de cenar y bañarlos tipo 18 hrs.
Sí, para liquidar el tema temprano y que empiece mi día, ¡al fin!
Hay veces que me da culpa, pero nunca tanta como para dejar de hacerlo. Tampoco lo hago todos los días, pero selecciono algunos, cuando estoy especialmente cansada, y la rutina de la noche arranca un poco más temprano de lo normal: a la tarde.
Durante el invierno lo hice mucho, ahora con los días más largos se complica un poco más. Darles de comer cuando el sol todavía no cayó es... raro. Pero nada como volver a ser dos, tomar un tinto y atacar Netflix, ¿no?
Ocho de cada diez veces llegamos tarde al jardín.
Al jardín o a cualquier lado en donde haya que llegar puntual. La maternidad me convirtió en una impuntual. No hay mala intención, sólo que siempre surge algo de último momento. O el chico no se quiere cambiar o justo cuando estamos saliendo tiene que ir al baño o se le cae el vaso de agua encima y hay que cambiarlo de nuevo o no encuentro su mochila o desaparece mi celular...
En fin, soy buena madre, pero...
Por LifeInPics para Naran Xadul