Las gordas no van en bici
Es fácil juzgar a las personas por su empaque: mira qué flaca, él parece que se acaba de levantar de la cama, mira esa gorda todavía va a pedir postre.
Muy sencillo hacerlo desde nuestra trinchera, pero no sabemos si esa flaca pierde kilos cada que se preocupa o si vive una lucha constante con su peso; ese que luce despeinado tal vez pasó la noche cuidando a algún enfermo y esa gorda que aún con sus kilos encima se atreve a pedir un pastel de chocolate es porque tiene problemas con alguna herida de la infancia.
No me sabía gorda a los 9 o 10 años, no comparaba mi cuerpo con el de las demás niñas, veía cuerpos diferentes pero no pensaba si una era más o menos bonita por pesar más o menos kilos.
Yo tenía una bici rosa con negro, creo que me llegó una Navidad; me gustaba salir con mis amigas en la tarde a dar la vuelta con los patines o con las bicicletas.
Un día andando por ahí, perdí el equilibrio y bajé los pies para no caerme, una señora que venía en su carro se detuvo, bajó el vidrio y me dijo: "pinche gordinflona ten cuidado o te van a atropellar", ahí me di cuenta que yo tenía más kilos que las demás y que las gordas no deben ir en bicicleta.
Creo que no me volví a subir a esa bici nunca más o si lo hice, fue con pena porque yo ya sabía que las gordas no van en bici.
Ahora de adulta y después de un par de sesiones psicológicas, entiendo que ese día esas 9 palabras acomodadas de la manera justa en que esa mujer me las dijo cambiaron la percepción de mi misma para siempre.
Hoy entiendo que una palabra puede dañar la autoestima de un niño, puede hacer que un adolescente lidiando con los problemas de la edad llegue a sentirse insuficiente, ignorado, no importante.
Ya pasaron muchos años y sigo mi lucha con la báscula, perdí 30 kilos en un año con ayuda de un médico, una nutrióloga y del gym, en mi embarazo sólo subí un kilo por mes, pero en el post parto recuperé esos 30 o ya no sé cuánto más.
Cada que conozco una nueva dieta, cada que trato de hacer una rutina de ejercicios nueva o que me subo a la bicicleta fija que tenemos en casa, recuerdo que yo no debería subirme a la ella; y es una lucha interna de querer tener más energía, de sentirme más ligera, de estar más sana, de usar unos jeans ajustados.
Admiro a las personas que se sienten seguras con su cuerpo, a las chicas que usan mini falda, a las que se ponen crop tops, a las no se esconden en un suéter largo, a las que piden postre a pesar de no tener el cuerpo de Jenifer López, a las que no evitan ir a la playa por miedo a usar un traje de baño, a las que han abierto blogs de moda curvy, a las modelos de tallas extras, a las motivadoras, a quienes tratan de demostrar que un cuerpo grande no es menos hermoso.
Quiero que mi hijo crezca saludable, que tenga una relación sana con la comida, que le guste caminar, correr, algún deporte, que no tenga prejuicios por su cuerpo o el cuerpo de los demás; que se desarrolle en un mundo que importen los valores, los sentimientos, los principios...
A mi me encanta envolver regalos, me gusta buscar siempre un papel original, que vaya acorde a la ocasión, he visto videos de cómo envuelven los japoneses los presentes, formas de doblar el papel y tratar de ponerle detalles diferentes, como una ramita con hojas, una flor recién cortada o un moño hecho con listón que brille; me gusta ver cómo abren el regalo, en ese momento no me importa que rompan el papel, a veces pienso que el hecho de envolverlo es más para mi; la emoción viene cuando me dicen: me gustó mucho tu regalo, nadie hasta hoy me ha hecho algún comentario sobre cómo lo envolví.
Quiero que mi hijo sepa que la envoltura es parte del paquete, pero que siempre, siempre, siempre, lo más importante es lo que viene dentro de la caja.
Por Guadalupe Patiño Santillan