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Por qué el mar es salado

Publicado: 12 de Diciembre 2018
Todas las edades
Foto: Naran Xadul
Foto: Naran Xadul

Hace muchos años, tantos que sólo el mar se acuerda, una tempestad azotó durante semanas las costas de Finlandia. Jan, un hombre humilde, no podía salir a pescar: su barca estaba varada en la playa y él miraba el oleaje cada vez con mayor preocupación. Como ya no tenía con qué alimentar a su familia, fue a visitar a un primo suyo, muy rico, para pedirle ayuda.

Pero, el primo no le dejó ni siquiera entrar en su casa, le arrojó un hueso de vaca y le cerró la puerta sin atender a sus razones. Jan se internó en el bosque, pensando en cómo podría conseguir comida para su mujer y sus siete hijos. De pronto, oyó a unos leñadores que cortaban madera y se acercó a ellos. --¿Podrían ayudarme a conseguir comida? Soy pescador, pero, ahora es imposible salir a faenar. Mi mujer y mis hijos morirían de hambre si no llevo algo a casa… --Ve a ver al ogro Hesi y dale ese hueso que llevas. –contestaron los leñadores--.

Sigue el camino que tiene astillas y llegarás a su castillo. ¡Ah!, se nos olvidaba aclararte lo más importante: pídele el molino mágico que está sobre la chimenea. Con él nunca te faltará comida. Jan caminó largo rato siguiendo el rastro de las astillas hasta divisar las torres del castillo. Eran tan altas que rozaban las nubes. A medida que Jan acercaba, el castillo parecía crecer hasta alcanzar proporciones mágicas.

Desde adentro, una voz grave preguntó: --¿Quién está en la puerta? –Soy Jan, que vengo a visitarte. --¡Pasa! –ordenó la voz. Hesi estaba sentado en medio del enorme salón principal. Su alborotado pelo rojizo y su larga barba asustaron aún más al pobre Jan. El ogro era tan grande, tan gordo y sus ojos tan amarillos, que Jan quiso salir huyendo. Pero, recordó las necesidades que estaba pasando su familia y se sobrepuso a su miedo. --¿Qué te trae por acá? –Vengo a saludarte –respondió Jan mientras le entregaba el hueso de vaca. 

El ogro abrió su bocota y con su único diente devoró rápidamente el hueso. –Me gustan las visitas. Cuando alguien viene a visitarme, doy una recompensa. ¿Qué prefieres? ¿Oro o plata? –Ni uno ni otra. Dame el molino que está sobre la chimenea y te prometo que vendré a visitarte cada semana. Hesi suspiró… --Llévate el molino, pero antes debes saber que no es un molino cualquiera: es mágico. Con sólo decir “muele, molinito, muele”, te dará cuanto quieras. Cuando tengas bastante, dile “basta, molinito, basta”, y se detendrá. No lo olvides. Y, ahora, vete antes de que me arrepienta.

Jan se encaminó hacia su casa y, al llegar, mostró el regalo de Hesi a su familia. Ante los ojos de su mujer y se sus siete hijos, hizo la prueba: --¡Muele, molinito, muele! El molino empezó a girar y de él, salieron hogazas, huevos, leche, carne, fruta y verdura. La familia nunca había visto tanta y tan apetitosa comida… Cuando Jan sintió que era suficiente, dijo: --¡Basta, molinito, basta! Y, de inmediato, El molino paró. El primo rico y egoísta, que pasaba por ahí, había visto funcionar el molino a través de una ventana y no pudo evitar entrar en la casa y preguntar: --¿Sólo se le tiene que decir “muele, molinito, muele”? Tomando el molino, dijo que se lo llevaba y que al día siguiente lo devolvería porque su familia también tenía hambre.

A la mañana siguiente, el tiempo mejoró y el primo rico fue a la playa, colocó el molino dentro de su barca y comenzó a navegar. Cuando estaba lejos de la costa, echó las redes y las sacó repletas de peces. Volvió a echarlas y otra vez las sacó repletas. Tomó el molino entre sus manos y gritó: --¡Muele, molinito, muele! Quiero mucha sal para salar mi pescado. Y el molino empezó a girar y a echar sal. El primo se frotaba las manos mientras el molino seguía echando sal. Pronto, su sonrisa se tornó en un gesto preocupado. --¡Para, molino, para! ¡Basta, basta, basta! ¡Descansa, molino!

Pero, todo era inútil. El primo rico no sabía la fórmula exacta para conseguir que el molino dejara de funcionar. La barca pesaba mucho y empezó a hundirse. El molinito cayó al fondo del mar y ahí sigue, dando vueltas y echando grandes cantidades de sal. Y esta es la razón por la cual el agua del mar es salada.

 

Por: Silvia Dubovoy

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