El hombre araña y la serpiente
Una serpiente pintona gigantesca apareció en la orilla del río Níger. Atemorizaba a los Ashanti, los habitantes de la zona, porque devoraba cuanto anduviera por sus riberas. En el poblado, decidieron pedir ayuda a Kwaku Ananse, que quiere decir, hombre araña.
--¿De qué tamaño es la serpiente? –preguntó Kwaku Ananse al oír los temores que le expusieron--. ¿Es mayor que mi choza? –Mucho mayor. --¿Mayor que seis chozas juntas? –Ése es su tamaño, pero muy gruesa y fuerte. –Escuchen bien; mañana, con los primeros rayos del sol, deben llevar a la orilla del río un recipiente muy grande con un puré de palma, algunos huevos y una calabaza llena de vino.
Al día siguiente, antes de que el sol saliera, el hombre araña tomó su hacha y se adentró en la jungla. Cortó un árbol y algunas lianas, y pidió a sus hijos que llevaran el tronco a orillas del río. El puré, la calabaza con vino y los huevos estaban ya debajo de una palmera.
Kwaku Ananse se sentó sobre el tronco que había cortado, justo al lado de la boca de la madriguera de la serpiente, e inició una conversación consigo mismo. A veces hablaba fuerte y luego muy bajito, alternando las voces. La serpiente despertó y se quedó en la madriguera intentando entender las palabras que le llegaban del exterior. --¡Que sí, que si, que te lo digo yo! –decía la voz fuerte--.
Es enorme, muy gruesa y muy hermosa. No acabo de entender por qué no les gusta a los hombres. Que te lo digo yo, es una estupenda compañera… --¡Mentira, mentira, mentira! Es pequeña y delgada y muy fea –respondía la voz débil--. Además, no me extraña que la gente le tenga miedo; les quita los animales. --¡no, no, no y mil veces no! –volvió a decir la voz fuerte--. La serpiente es una buena compañera. No tiene la culpa de tener hambre. Si le ofrecieran puré de palma, huevos y vino, no tendría por qué llevarse a los animales. --¿Quién dice que los Ashanti somos mezquinos? –gruñó la voz profunda con rabia--. ¡Haré que te tragues tus palabras!
Y la serpiente escuchó golpes y pisadas. Llena de curiosidad, asomó la cabeza, se deslizó por la orilla del río y salió del agua con sus largos anillos aún más brillantes por el sol. Por un momento, Kwaku se quedó petrificado, pero saludó a la pitón como si fuera su amiga. –eres como yo decía que eras. ¿no me oíste discutir con ese necio? Ahora ven, acércate y come lo que te he traído.
La pintón tenía tanta hambre que se tragó el puré y los huevos y se bebió el vino. Al cabo de un rato, el hombre araña le dijo: --Quiero pedirte un favor: he estado discutiendo con ese hombre necio sobre tu tamaño. Decía que ni siquiera conseguirías dar la vuelta a su choza: yo, que eras tan, pero tan larga como seis chozas juntas. ¿Podría medirte con ese tronco que está tirado? El vino había hecho su efecto y la pitón se estiró a lo largo del tronco, --y bien, ¿cuánto mido? –no te apresures, tengo que medirte a la manera que medimos los Ashanti, así que con estas lianas voy a atarte al tronco
Y Kwaku Ananse agarró las lianas y dio vueltas y más vueltas alrededor de la pitón y del tronco. --¡Desátame ya! –dijo la pitón preocupada--. Estas lianas me aprietan y el sol está muy fuerte…
El hombre araña rió y con voz fuerte llamó a los habitantes del poblado. Cuando éstos llegaron, no lo podían creer; allí estaba la enorme pitón atada. Desde entonces, la gente ha ido tejiendo historias anansesem, que cuentan ésta y otras hazañas sobre la astucia del hombre araña.
Por: Silvia Dubovoy