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El cacto y el junco

Publicado: 5 de Diciembre 2018
Todas las edades
Foto: Naran Xadul
Foto: Naran Xadul

Después de un día de duro trabajo, Tintoba, un joven alto y fuerte, fue a bañarse a la laguna. Estaba tan cansado que, tras el baño, se sentó bajo un sauce y se quedó dormido.

Las risas de unas mujeres lo despertaron y una de ellas le ofreció agua de su cántaro. A Tintoba le bastó mirarla para quedar enamorado. Al día siguiente, no puedo dejar de pensar en ella; al otro día, no pudo comer ni dormir; al tercero salió a buscarla para calmar su desasosiego. Recorrió un pueblo, y otro y otro, y, como en ninguno la encontró, decidió quedarse en la aldea más cercana al lugar donde la había encontrado. Allí Tintoba aprendió a tejer y a teñir lanas.

Meses después, una mañana Tintoba escuchó el griterío de unos niños. Se asomó a su puerta y vio una rica comitiva cargada de pieles, plumas y joyas. Las llevaban como presentes para la hija del cacique. Esa noche, paseando su dolor no muy lejos de la laguna, Tintoba encontró a una bella muchacha llorando, acurrucada contra el tronco de un árbol.

Ella alzó sus ojos brillantes y él la reconoció: ¡era la misma que le había ofrecido agua de su cántaro! Se llamaba Súnuba y había sido prometida en matrimonio al cacique guerrero; no quería casarse con él, pero su padre la obligaba. Tras este nuevo encuentro, acordaron reunirse más adelante. Súnuba se fue a casa de su padre. Tiempo después, Tintoba supo que el padre había partido a luchar contra otra tribu y buscó de inmediato a Súnuba. Así, los enamorados pudieron visitarse y compartir su felicidad.

Súnuba se puso más hermosa que nunca y, un poco antes del regreso de su padre, huyó con su amado al valle de donde él era originario. Juntos sembraron árboles frutales que dieron jugosos frutos. La vida les sonreía. Pero una tarde, encontraron en su casa a un mensajero del cacique. ¡Por fin los había encontrado! Los jóvenes comparecieron ante el gran sacerdote Chibcha que decidía el destino de los hombres, y éste ordenó que ella debía despedirse del joven y volver al hogar paterno.

Al llegar, el padre la miró con severidad y le dijo: --Yo te prometí, siendo niña, a un cacique amigo mío. –yo no quiero casarme con él –respondió Súnuba. –Mi palabra debe cumplirse. Súnuba, llorando, afirmó:  --Es mi amor lo que debe cumplirse. Y, dándole la espalda al padre, corrió a reunirse con Tintoba. El muchacho, mientras tanto, también había salido en busca de su amada, cuya ausencia no podía soportar. Casi en el límite del valle, en las inmediaciones de una laguna, se divisaron a lo lejos. Uno y otro corrieron a abrazarse.

Un ruido retumbó por todo el valle y la tierra se estremeció. En su carrera, Tintoba sintió de pronto que sus piernas se hacían lentas y dejaban de obedecerle; su cuerpo, antes joven y flexible, se iba transformando en un cacto lleno de espinas. Súnuba quedó presa en el fango de la orilla de la laguna y se convirtió en un grácil junco mecido por el viento. El valle quedó de nuevo tranquilo y silencioso. Los dos amantes permanecen allí: un cacto no lejos de la laguna y, en la orilla, un junco que se mece. Se contemplan todos los días, pero no pueden hablarse.

 

Por: Silvia Dubovoy

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