La tortuga y el perro
Hace muchos años, cuando las tortugas vivían únicamente en tierra, una de ellas y un perro, habitaban cerca de la casa de esos animales de dos patas llamados hombres. Para conseguir su comida, la tortuga y el perro tenían que esperar un descuido de los animales de dos patas.
Como eran vecinos, solían ir juntos a buscar su sustento. Un día, el perro le dijo a la tortuga: - ¡Qué suerte tienes, compañera! Cuando los animales de dos patas nos atacan, tú te escondes en tu concha y nadie puede hacerte daño; en cambio, yo debo salir corriendo y aun así algunos golpes caen sobre mi lomo… -Si quieres, iré sola por el alimento y te traeré tu parte, ¿te parece bien? El perro no muy convencido, aceptó, y la tortuga hizo lo prometido. A partir de entonces, iba hasta la casa de los animales de dos patas y venía con la comida. El perro, a solas, se aburría y no paraba de dar vueltas persiguiendo su cola.
Un día, la siguió y, oculto bajo el árbol del pan, observó sus movimientos. Lenta y sigilosamente la tortuga, recogía el sustento que luego repartiría con él.
Mientras vigilaba, del árbol cayó un enorme fruto sobre su lomo y el perro salió dando grandes alaridos. Con los alaridos aparecieron los animales de dos patas alarmados y la lenta tortuga fue atrapada. - ¡Así que te dejó sola tu amigo…! ¡Pues ahora pagarás por los dos! -dijo un hombre.
Luego, llamó a otros dos y les ordenó que alimentaran a la tortuga con plátanos. Después, harían con ella una sabrosa sopa de tortuga. Los que recibieron las órdenes eran: uno, ciego, y el otro, sordo. El hombre ciego le dijo al sordo: -Como yo no veo, tendrás que encargarse tú de matar a la tortuga. Pero, el sordo no acababa de entender lo que le decían y, en esto, terció la tortuga: -Han entendido mal –replicó la tortuga-; su amo ordenó que mataran un pollo, que me lo dieran de comer y que me llevaran a la playa.
El perro que oyó las palabras de la tortuga, se quedó asombrado de su valentía y de su sagacidad. Los hombres la alimentaron con pollo y la llevaron a la playa. Allí, en un descuido del ciego y el sordo, la tortuga se metió al agua. Comprobó con sorpresa que podía nadar con gran velocidad. Rebosante de alegría, gritó: -Díganle a su amo que gracias por la comida. Yo me voy para nunca volver.
Desde entonces, las tortugas son buenas nadadoras. Y sólo los perros siguen viviendo cerca de los animales de dos patas, robando o mendigando su comida.
Cuando se aburre, dan vueltas persiguiendo a su cola y, de vez en cuando, echan de menos su amistad con las tortugas.
Por: Silvia Dubovoy