Lo que sucede cuando la prisa ya no está
Desde que despierto se respira en casa un aire de tranquilidad. A pesar de que la incertidumbre nos abraza y el mundo está de cabeza, he notado que el factor determinante que ahora no existe en mis días, me ha dejado por fin en paz: la prisa.
Correr desde el instante en el que suena el despertador es la regla de la vida. Debemos apurarnos para bañarnos, vestirnos y desayunar lo que sea más fácil y rápido de preparar, porque siempre se nos hace tarde para la escuela, el trabajo o el camión que debemos tomar.
Vivimos calculando el tiempo que estaremos atorados en el tráfico incesante de la ciudad para luego darnos cuenta de lo ingenuos que fuimos al haber tomado una ruta distinta intentando adelantar el tiempo de llegada, resultando en horas de embotellamiento, y llegando, una vez más, tarde.
Planeamos el día para poder tener tiempo suficiente que alcance para lavar, planchar, barrer, trapear, limpiar, cocinar, poner la mesa, servir, recoger, hacer las compras y un sinfín de cosas más. Pero el tiempo corre una vez más muy deprisa, y te encuentras tarde para recoger a tus hijos en la escuela, para llevarlos a su clase de ballet o fútbol, para acompañarlos a cenar.
Prisa para salir, prisa para llegar, prisa para volver.
Intentar estar siempre a tiempo nos genera una tremenda angustia y ansiedad. El reloj no perdona y los minutos vuelan con el viento para nunca más regresar.
Ahora me doy cuenta que todo es cuestión de tiempo, y de que estamos a tiempo de cambiar, nuestra forma de pensar, nuestras prioridades, nuestra perspectiva. A tiempo de no perder más el tiempo en todo aquello que nos consume y no nos retribuye nada a cambio, a tiempo de valorar, de tomar consciencia, y por sobre todas las cosas, de reír sin prisa, de amar sin prisa, en fin, de vivir sin prisa.
Por Andrea Jaime para Naran Xadul