Halvor y el oso
Lew, era un joven que vivía en un pueblecito en el norte de Suecia, donde tenía fama de ser un valiente y excelente cazador. Hacía años, había encontrado abandonado a un cachorro de oso blanco y lo había criado en su casa.
Ahora, el animal era un magnífico ejemplar adulto. A Lew se le ocurrió que podría regalar su oso blanco al rey con ocasión de las fiestas navideñas que ya se aproximaban. El monarca apreciaría un presente tan original. Por ello, Lew se puso en camino hacia la corte. Después de caminar con su oso durante varios días, llegó a una mansión que pertenecía a un señor llamado Halvor y le pidió hospedaje para él y para su animal.
En aquellos tiempos, se creía que la mala suerte se apoderaría del dueño de la casa si éste no era hospitalario con los caminantes durante las fiestas navideñas. Halvor oyó la petición de Lew y, rascándose la cabeza, confesó: —Discúlpeme, señor, por no recibirlo. Lo haría con gusto en cualquier otra ocasión, pero todas las noches de fin de año, bajan los espíritus del bosque a vivir en mi casa… Mi familia y yo tenemos que abandonarla para dejarles el sitio. Hoy es fin de año y, por lo tanto, no puedo hospedaros.
Lew contestó: —Por mí, no se preocupe. Conozco bien a los espíritus del bosque y, cuando ando en compañía de mi oso blanco, nunca me molestan. Mi oso dormirá debajo de la estufa y yo en el cuarto contigo. —Le advierto que no respondo de las consecuencias —dijo Halvor, y ese mismo día, puso la mesa con los mejores manjares y partió con los suyos, deseándole suerte a Lew.
Sólo habían pasado unas horas cuando, al anochecer, llegaron manadas de espíritus del bosque. Los había pequeños, grandes, peludos, lampiños, feos, guapos, jóvenes, viejos… Todos se sentaron a la mesa y se dispusieron a devorar la comida que Halvor había dejado preparada.
Uno de los espíritus pequeños descubrió al oso bajo la estufa y, creyendo que era un gato, tomó un trozo de carne y lo frotó en el hocico del animal. El oso se despertó molesto por la interrupción de su sueño y se levantó gruñendo furioso, hasta que echó de la casa a todos los espíritus. Entonces, Lew también se levantó de su lecho y comió lo que había sobrado, dándose una suculenta cena de fin de año. Al día siguiente, cuando volvió Halvor y preguntó si había visto a los espíritus del bosque, Lew le contó lo sucedido. Se despidieron y el joven cazador continuó su viaje para entregar al rey su oso blanco.
Un año más tarde, Halvor estaba cortando leña en el bosque para las fiestas navideñas cuando oyó a un espíritu que gritaba desde las profundidades del bosque: —Halvor, Halvor, ¿va a venir este año de visita tu gatito blanco? —¡Claro que sí! —respondió Halvor con seguridad—. Y no viene solo, sino con sus seis gatos, más fieros y malhumorados que su padre. Los gritos de protesta de los espíritus eran tales que Halvor se sintió atemorizado por la algarabía. Cuando las voces se calmaron, oyó que el jefe de los espíritus decía: —Está bien, Halvor.
Mientras tengas ese gatito, no volveremos a visitar tu casa durante la noche de fin de año. ¡Halvor no podría creer en su suerte! Y todos los años, desde entonces, cuando los espíritus le preguntaban si vendría su gatito blanco, la respuesta era sí. Desde aquel acontecimiento, los espíritus festejan sus noches de fin de año en los oscuros escondrijos del bosque y nunca más han vuelto a molestar a Halvor, ni a ningún otro hombre.
Por: Silvia Dubovoy