La mayor riqueza en mi vida, es mi hija

Quizás nunca te podrás ver a través de mis ojos. Quizás nunca te verás cómo yo te veo.

Y es que te veo tan increíblemente perfecta, que a veces me dejas sin respiración por unos mini segundos.

La manera inocente en que te levantas por la mañana, con el pelo enredado porque duermes como yo,  dando vueltas por toda la cama, tus pies desnudos bajo tu pijama de La Sirenita, que de tanto usarla ya está bastante percudida.

Te veo tan increíblemente perfecta y se me llenan los ojos de lágrimas de pensar que algún día, quizás en algunos años, exista la posibilidad de que tú no te veas perfecta y hermosa tal y como yo te veo ahora.

Porque ahora me miras, con tu carita limpia y perfecta,  sin un rastro del maquillaje que sé que me pedirás que te compre algún día. Me sorprendo a mi misma mirándote correr por el patio, jugando con tu cuerpo alegre y  en movimiento, sin un sólo rastro de la autocrítica y de los prejuicios sobre tu cuerpo que quizás  te atormentarán en el futuro como a tantas mujeres nos pasa.

Y porque sé que quizás en el futuro, depilarás, maquillarás, rasurarás transformarás, teñirás, pondrás a dieta y apretarás ese hermoso y perfecto cuerpo que tanto yo amo. Pero debes saber que pero para mí, querida hija, siempre serás la vista más hermosa que mis ojos alguna vez  miraron.

Para mí, siempre invocarás maravilla y admiración, de la misma manera en que me sentí ese día en la sala de parto cuando te acostaron, chillando sobre mi pecho, y yo sentí la mayor felicidad de tenerte a ti. A ti a quien de alguna manera reconocí al instante, como si fuésemos viejas amigas que una vez estuvimos separados y ahora nos reuníamos.

Quisiera levantar el espejo más grande del mundo, un espejo que podría mostrarte mágicamente lo que veo.

Porque querida hija, eres perfecta y hermosa. 

Escúchalo bien, aunque algún día, sé que quizás no me lo vas a creer.