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Los errores más frecuentes que podrías estar haciendo al educar a tus hijos

Publicado: 1 de Febrero 2018
Vida de mamá
Foto: IG @lamamádelbebé
Foto: IG @lamamádelbebé

A nadie nos gusta oír que estamos equivocados. 

Pero si un niño protesta, salta, grita, no se está quieto en la mesa, llora, no dice “por favor”, no come porque no tiene hambre, no tiene sueño, se despierta demasiado temprano, duerme demasiado, no quiere darle un beso a la tía o a los abuelos, llora cuando se separa de su mamá, se ensucia, rompe un plato, todavía no habla bien, no saca buenas calificaciones –es decir, cuando no hace lo que es considerado por sus padres y por la sociedad como correcto–, ¿qué impresión nos formamos de él?

Muchas veces, las expectativas que nos hemos formado sobre el buen comportamiento de nuestros hijos terminan siendo una equivocación, ya sea porque aún no tiene edad suficiente como para actuar como esperamos que lo haga o porque le exigimos ciertas conductas sin tomar en cuenta las circunstancias que lo rodean, sus propias capacidades, su madurez, su personalidad o muchos otros factores que pueden llegar a ser determinantes en su conducta.

Por eso es importante tener en cuenta estos nueve errores frecuentes que solemos cometer como papás e intentar evitarlos:

1. Le pedimos hacer cosas para las que aún no está preparado.

Si queremos que un bebé mantenga silencio, que un niño de dos años se quede quieto o que uno de tres limpie su habitación, no estamos siendo realistas y lo único que vamos a lograr es que ese niño fracase una y otra vez en sus intentos de complacernos y nosotros vamos a terminar decepcionados y tal vez enojados con él. A fin de cuentas, ambos nos sentiremos frustrados.

Conclusión.

No pidamos a nuestros hijos que hagan cosas para las cuales aún no tienen edad suficiente.

2. No somos capaces de ponernos en sus zapatos.

Si nuestro hijo no cumple con nuestras necesidades/expectativas suponemos que es desobediente o malcriado, en vez de intentar ver la situación desde su punto de vista para entenderlo. Muchas veces, un niño juzgado por sus padres como “desobediente” en realidad está enfermo, cansado, hambriento, preocupado o triste.

Conclusión.

No juzguemos a nuestro hijo a la ligera. Aprendamos a ver las cosas desde su perspectiva con tal de entenderlo.

3. Olvidamos que es niño.

Muchas veces nos olvidamos de cómo eran las cosas cuando nosotros mismos éramos niños y esperamos que nuestro hijo actúe como adulto, no conforme a su edad. Los niños sanos son inquietos, se revuelcan, hacen ruido, expresan sus emociones y pueden tener dificultades para poner atención. Todos estos “problemas” pueden no ser más que condiciones normales para un niño.

Conclusión.

Tengamos claro hasta dónde podemos exigirle ciertos comportamientos y dejémoslo disfrutar su infancia.

4. Entendemos las cosas al revés.

Muchas veces pensamos que a nuestro hijo le toca responder a nuestras necesidades –que se esté quieto y callado, que duerma de un tirón, que sea respetuoso con la gente, etcétera– y no que nos toca a nosotros responder a las de él. Ser padre es una responsabilidad, y somos nosotros quienes debemos estar atentos a las necesidades de nuestro hijo. 

Conclusión.

No cometamos el error de centrarnos tanto en nuestros propios problemas y necesidades como para olvidarnos de las suyas, a las que deberíamos dar prioridad.

5. Lo criticamos y culpamos.

Los niños tienen muy poca experiencia de vida y es inevitable que cometan errores, algo natural en cualquier proceso de aprendizaje. Sin embargo, muchas veces, en vez de entenderlo y ayudarlo, terminamos enojados con él y lo criticamos o regañamos, como si tuviera la obligación de entender y hacer todo bien desde el primer intento.

Conclusión.

Errar es humano, más para un niño que apenas está aprendiendo a hacer las cosas. Es fundamental entender esto para ser pacientes y poder ayudarlo.  

6. Ignoramos el daño que pueden provocarle a un niño los reproches.

Aunque muchos papás ya empiezan a entender que castigar físicamente a un niño es perjudicial para su desarrollo, muchos otros siguen creyendo que este método de enseñanza es efectivo.

Conclusión.

Si no aprendemos a ponerle límites sin agredirlo, ya sea con golpes, humillándolo o violentándolo verbalmente, solo conseguiremos dañar su autoestima y convencerlo de que es así como debe comportarse él con los demás. 

7. Olvidamos lo importante de ser cariñosos con él.

Si cada vez que nuestro hijo tiene una conducta que se aleje de nuestras expectativas nuestra reacción es regañarlo, castigarlo o desesperarnos con él, deberíamos asumir que nosotros tenemos parte de culpa en ello.

Conclusión.

Aunque muchas veces es necesario que seamos firmes no podemos dejar de ser amorosos con nuestros hijos, darles consuelo y fortalecer su autoestima a través de los abrazos y palabras de comprensión y amabilidad.

8. Dejamos de predicar con el ejemplo.

No es tanto lo que les digamos que hagan, sino lo que les enseñemos con el ejemplo lo que realmente tendrá efecto en nuestros hijos. Un padre que golpea a su hijo por haber sido violento diciéndole que dar golpes está mal está siendo incoherente y dando mensajes encontrados. En cambio, un padre que responde a los problemas con soluciones pacíficas realmente le está enseñando a su hijo cómo llegar a ser un adulto sensato y ajeno a las prácticas de la violencia.

Conclusión.

Como papás, debemos ser exactamente como queremos que ellos sean.

9. Nos enfocamos en las consecuencias de sus actos y dejamos de ver sus intenciones.

Cada vez que nos sintamos decepcionados por la conducta de nuestro hijo detengámonos a ver sus cualidades. Pensemos en que ese mal comportamiento podría no corresponder con sus intenciones y que se está portando lo mejor que puede de acuerdo con su experiencia, entendimiento y circunstancias. Al pensar bien sobre nuestro hijo haremos que se sienta libre para ofrecer lo mejor de sí mismo.

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