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Los ornitorrincos

Publicado: 17 de Diciembre 2018
Todas las edades
Foto: Naran Xadul
Foto: Naran Xadul

Una joven pata salvaje solía nadar sola por el río. Ya le habían advertido sus familiares que hacer tal cosa era muy peligroso: podía aparecérsele el demonio del agua y darle un buen susto. Pero, a ella no le importaba, disfrutaba de sus paseos sobre el agua y nada le daba miedo.

Un día, se alejó demasiado y una enorme rata de agua llamada Biggooon saltó de su escondite y la atrapó. Atrayéndola hacia su madriguera, le dijo la rata: --Quédate conmigo y no te haré ningún daño. Me siento muy solo y quiero vivir contigo. --¡Eso no puede ser! ¿No ves que yo soy una pata y tú eres una rata? Será mejor que regrese con los míos antes de que empiecen a preocuparse por mí… Como Biggooon se dio cuenta de que no conseguiría nada por las buenas, muy enfadado amenazó a la plata: --Si intentas irte, te picaré con esta jabalina que llevo siempre preparada. Y la pata se quedó como prisionera de Biggooon, que la vigilaba para que no escapara. La pata, que en el fondo temía la ira de la rata, simuló que estaba muy contenta y que quería quedarse.

Pero, por las noches lloraba porque extrañaba a los suyos y sabía que la buscaban. Biggooon la dejaba salir por las noches sin vigilancia porque los demás patos, temerosos del demonio del agua, no osarían acercarse a sus territorios en la oscuridad. Pasó el tiempo y a Biggooon se le acabó la desconfianza. Ya no espiaba a la pata y empezó a dormir de día.

Una mañana, cuando Biggooon estaba profundamente dormido, la pata salió sigilosa, fue al río y nadó corriente arriba, tan rápido como pudo, en dirección al campamento de los patos. Biggooon despertó y quiso alcanzarla, pero en cuanto la pata lo oyó abrió las alas y voló hasta el campamento. La recibieron llenos de alegría y conversaron días y días sobre todo lo ocurrido, había muchas cosas que querían preguntarle, y no se cansaban de oír cómo consiguió la pata escaparse. Ella estaba feliz de estar de nuevo en casa y de poder disfrutar de su libertad a sus anchas.

La época de crías se acercaba y las hembras buscaron un lugar donde anidar: el hueco de un árbol, la espesura de los arbustos, un escondite entre unas rocas… cuando los nidos estuvieron listos y llenos de plumón suave, las patas pusieron sus huevos y comenzaron a empollarlos. Al nacer los pequeños, los padres los ponían en su espalda y los llevaban hasta el río. La joven pata, la prisionera de Biggooon, incubó sus huevos y nacieron sus crías. Pero, éstas tenían un aspecto muy especial: en lugar de dos patas, cuatro. Su pico era como el de los patos y entre dedos tenían también una membrana, pero en sus patas traseras crecía un espolón con el aspecto de la punta de la jabalina de Biggooon.

La pata, buena madre y orgullosa de sus hijos a pesar de todo, nadó hacia las montañas y continuó río arriba, hasta que río se convirtió en un arroyo a cuyas riberas crecían espesos matorrales. Allí vivió hasta que sus hijos crecieron. Cuando la pata murió, sus hijos buscaron otros campamentos, pusieron sus propios huevos, los incubaron y cuidaron también de sus crías.

Sus descendientes de multiplicaron tanto que, en nuestros días, todavía es posibles ver alguno. Viven en lugares montañosos de Australia donde hay arroyos y vegetación espesa. Se les conoce con el nombre de gayardaree, la tribu de los ornitorrincos.

 

Por: Sandra Dubovoy

 

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