No poner límites también es una forma de violencia
No solo los golpes, el maltrato y las humillaciones son una forma de violencia, aún existen malos modos que siguen siendo aprobados por la sociedad pero que en realidad no son respetuosos.
Es importante entender que violencia también son los jalones de cabello, los pellizcos, los apretones en las manos, los manotazos y todo aquello que se esconda bajo la palabra correctivo cuando en realidad es maltrato.
Según Lucas Raspall, médico psiquiatra y psicoterapeuta familiar, miembro de Fundación América por la Infancia, la ausencia de límites es una forma de maltrato al igual que la sobreprotección.
Cuando establecemos límites claros, firmes y constantes en casa, le estamos facilitando a nuestros hijos su adaptación a la sociedad, ya que esto les permite saber qué es lo que pueden o no pueden hacer, así como lo que se espera del ellos.
Los límites se establecen de acuerdo con la edad de desarrollo de tus hijos. No puedes ser muy exigente cuando aún no logran comprender todas las cosas que hacen, ni tampoco puedes ser tan flexible y condescendiente si ya logran identificar lo que está bien y lo que está mal.
Pero atención: es muy importante no confundir firmeza con agresividad ni violencia. Los gritos y los golpes sólo empeoran las cosas.
¿Cómo poner límites?
Es importante que te bajes a su altura y mantengas contacto visual con tu hijo para asegurarte de que te está escuchando y atendiendo. Háblale con firmeza y seguridad, evitando los gritos o jalones para que te haga caso; habla de forma directa y sin dar tanta explicación o justificación sobre lo que le estás ordenando. Confía en ti mismo y en lo que le estás diciendo.
Utiliza el lenguaje apropiado a la edad de tu hijo para que pueda entenderte, déjale saber qué es lo que esperas de él y su conducta, asegúrate de que ha comprendido lo que le has dicho pidiéndole que te lo repita. Como ya lo hemos mencionado, no olvides reforzarlo por las cosas que ha logrado.
¿Cuándo dejan de funcionar los límites?
En el momento en el que los límites son poco claros o van de acuerdo con el estado emocional en el que se encuentran los padres dejan de ser funcionales, ya que el niño no percibe una constancia y esto le genera inseguridad, pues se le dificulta predecir lo que va a pasar si actúa de determinada forma.
Al igual que cuando los padres se contradicen entre ellos y empiezan a restarse autoridad el uno al otro. Ante esta situación, el niño logra identificar cuál de sus progenitores es más firme o más condescendiente y tratará de manipular las situaciones.
Una fórmula mágica para entender a nuestros hijos es reconocer sus necesidades y manejarlas con afecto, tener disposición para interpretar sus emociones y mucha empatía para acompañarlos en sus procesos.