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Cuando el maltrato infantil deja huellas… ¡en el cerebro!

Publicado: 14 de Junio 2018
Criando con consciencia
Foto: IG @bannortoys
Foto: IG @bannortoys

Desde que nace un niño debería ser feliz y disfrutar la vida al máximo; sin embargo, existen pequeños que LAMENTABLEMENTE sufren abuso o maltrato físico y mental (golpes, críticas destructivas, descalificaciones, insultos, abandono, abuso sexual, negligencia, etc.), dejando así profundas cicatrices tanto en su autoestima como en su cerebro.

 

De acuerdo con especialistas de la Universidad de Guadalajara, el abuso infantil daña diversas estructuras del cerebro como: la corteza prefrontal, el hipocampo, el cuerpo calloso, el cerebelo y la amígdala.

 

Especialistas de Harvard revelan que al debilitar toda esa estructura cerebral que está en desarrollo, ponen en alerta permanente al sistema de respuesta al estrés, lo que se refleja en sus relaciones sociales y de pareja, en la conducta y en la salud.

 

Estos cambios generados en el cerebro están relacionados con la conducta que adoptarán durante su crecimiento (más violenta), y afectan su capacidad de memoria, aprendizaje y de bloquear la información irrelevante.

 

La conducta depende del cerebro, y gracias a este órgano los niños pueden analizar la información que les rodea, y darle un sentido y significamos. En otras palabras, “Todo lo que hacen, piensan, sienten y recuerdan tiene que ver con el cerebro”.

 

“Cuando se viven experiencias adversas fuertes, frecuentes o prolongadas como el abuso reiterado y el niño las enfrenta sin el apoyo de los adultos, el estrés se vuelve tóxico porque el exceso de cortisol perturba los circuitos del cerebro en desarrollo”, aseguran los especialistas.

 

Los pequeños que han sufrido un maltrato físico o psicológico constante tienen problemas para comportarse, falta de empatía, problemas de memoria o para aprender, así como la presencia de trastornos emocionales.

 

Una forma de evitar que estas huellas en el cerebro queden para siempre es empezar con un tratamiento a una edad temprana, que restablezca el desarrollo óptimo tanto de la corteza infralímbica como de la prefrontal, a fin de regular las emociones y la conducta.

 

Si desde bebés se tienen relaciones seguras y confiables con los padres o las personas que los rodean, entonces experimentarán menos estrés y realmente disfrutarán una vida llena de felicidad y con muchas ganas de aprender.

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